Cercanos a rememorar, el próximo 11 de marzo, un año del tsunami y terremoto que asolaron las costas del Pacífico, cuyo principal afectado fue Japón, oportuno resulta reflexionar e intentar emular cómo se superan las horrendas crisis.
Igual al epígrafe de este artículo se tildó al admirable despegue de Japón, luego de ser protagonista de la Segunda Guerra Mundial, cuando el país quedó devastado, prácticamente en bancarrota y rendido ante los Estados Unidos de América. A esta hecatombe que se consumó por la cruenta faena de dos bombas atómicas, se suman difíciles circunstancias que, a la sazón, tenía esa nación insular: cultura difícil de entender, país alejado del mundo, casi sin recursos naturales y con inadvertido prestigio.
Se denominada milagro a todo aquello que no es explicable por las leyes naturales. Me atrevo a disentir entonces de que se llame “milagro” a lo acaecido en Japón, tanto después de la guerra como luego del tsunami, porque sí podemos explicarnos cómo, el imperio del sol naciente, brotó entre ruinas y cenizas, con ímpetu inconmensurable, para erguirse como uno de los amos económicos, tecnológicos y comerciales del mundo.
Miramos fotografías de varios lugares de Japón, captadas después del arrasador tsunami, tomadas luego de pocos meses de restauración, desde idénticos sitios, como un testimonio gráfico que expresa “aquí nada ha sucedido”. Se vislumbra el trabajo tesonero, organizado, mancomunado de la sociedad japonesa que superando el dolor y el sufrimiento por las pérdidas humanas, de los cuantiosos daños y de las graves afectaciones colaterales de la catástrofe, no agachó jamás su cabeza ni se rindió ante las dificultades.
¿A qué se debe esa voluntad férrea, decisión incontenible y acción eficaz? Entre muchos otros factores: disciplina, institucionalidad, respeto a la autoridad, unión inseparable como nación, identidad y pertenencia cultural, a sus ancestros, sus héroes y personajes auténticos.
Qué abismal contraste con países que atiborrados de recursos naturales los desperdician, crean ídolos de bambalina, inventan otros, distorsionan la historia, se agrupan en trincas recalcitrantes, se mancillan unas a otras en búsqueda de intereses particulares, se tranzan en interminables peleas intestinas, promueven la violencia y, en vez de unirse por el bien de la patria acometiendo contra tantos problemas, se atontan en medio de fatuas e irreconciliables posturas que llevan al fracaso, a la pobreza, a la injusticia y a la convulsión neurótica.
¿Será que para salir de este marasmo, para lograr unirnos por el tan cacareado bien común, deberíamos tocar fondo y afrontar calamidades extremas?