Mientras más tiempo permanecen en el poder, más corrupción e impunidad se produce, aunque se conozcan en unos casos luego de dejar los cargos y en otros se evidencian en forma inocultable, pese a las desesperadas acciones para eludir responsabilidades.
Esa es la situación de Brasil, en donde no es cuestión de la oposición, como exhiben la muletilla los supuestos gobernantes de “izquierda”, sino que la administración de justicia ha sentenciado a involucrados en actos irregulares, tanto del sector público como privado. Nada menos que los protagonistas, que poco a poco van saliendo, han sido dirigentes del Partido de los Trabajadores.
Pese al control de todos los poderes, incluida la justicia, se evidencian estos males. El caso de Venezuela es más espantoso porque van alrededor de 17 años en el poder y la corrupción e impunidad afloran como han testimoniado ex ministros y ex altos funcionarios del régimen de Chávez. No son opositores y peor enemigos que ven hasta en la sopa porque no se puede ocultar la corrupción galopante de altos funcionarios y familiares de dirigentes de la “revolución”.
En Argentina, el populismo no ha dejado de hacerle daño a su país. Meses después del abandono del poder de una familia que estuvo al frente del gobierno se confirman hechos que demuestran el despilfarro de los recursos en nombre del pueblo y la enorme carga económica y burocrática que ha quedado.
Los gobiernos populistas, denominados de izquierda pero que toman medidas iguales o peores que los atribuidos a la derecha, van llegando a su fin porque los hechos rebasan a la demagogia y al engaño que no pueden permanecer siempre. Por ello, la frase célebre de Abraham Lincoln en el sentido de que se puede engañar a todo el mundo algún tiempo, a algunos todo el tiempo, pero no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo.
La popularidad que tuvieron se esfuma paulatinamente cuando la gente abre los ojos, a excepción de aquellos que están en el disfrute de los cargos públicos, los contratos onerosos que han recibido o quienes acceden a subsidios estatales. Esto se refleja en la caída estrepitosa de la credibilidad de gobernantes latinoamericanos, que más se preocupan de la propaganda oficial para tener a los ciudadanos obnubilados.
Basta revisar los programas de gobierno que propusieron para ganar y que luego importa poco por las profundas contradicciones que tienen para sostenerse en el poder. Cómo pueden argumentar que son gobiernos de izquierda cuando apremiados por la crisis económica y la falta de recursos, luego de la farra que se han mandado, trastocan todos sus postulados y han entregado campos petroleros para que sean transnacionales las que administren, a cambio de recursos que les den oxígeno hoy pero dejen endeudado por décadas a sus países. Tarde o temprano tendrán que rendir cuentas al país y a una justicia independiente.