Todos los miedos

Conocí Japón hace tres años, cuando iniciábamos con Javier Ponce Leiva la edición de un libro sobre las relaciones de diverso tipo entre japoneses y ecuatorianos. Hecho con colaboraciones amables, poco dinero y mucho entusiasmo, el libro quedó bacán pero circuló poco. No era Japón un tema que encandilara a los lectores, parecía demasiado lejano, demasiado distinto a pesar de los vehículos, la tecnología y las pantallas que vienen de allá. Pero lo que hemos visto en esas mismas pantallas, y la marejada que alcanzó nuestras costas, nos han recordado que somos vecinos y que en la hora del horror todos nos parecemos, todos morimos con una mueca de espanto sin entender bien qué está pasando.

No detallaré aquí las insólitas semejanzas con Japón que constan en el libro; prefiero destacar la increíble capacidad que han tenido los japoneses para construir un poderoso país en ese largo archipiélago batido por el mar y el viento, en pleno Cinturón de Fuego del Pacífico, sin recursos naturales pero con una población homogénea, laboriosa, estoica, indomable ante la adversidad. Como muestra: en el breve lapso de veintidós años, Tokio fue arrasada dos veces: por el terremoto de 1923 y por las bombas incendiarias arrojadas por la aviación norteamericana. Y las dos veces renació de las cenizas. Tres décadas después de la derrota militar de 1945 -única vez en su larga historia que era ocupado Japón por tropas enemigas- su economía era ya la segunda del mundo. La clave del llamado ‘milagro japonés’ fue el trabajo puro y duro, las reformas liberales y el apoyo gringo, aunque las cosas se frenaron un poco desde el estallido de la ‘bubble economy’ en 1992 y el terremoto de Kobe tres años después .

Más que milagro, mito: Zipango, una isla llena de oro, ingresó al imaginario occidental con los relatos de Marco Polo. Incluso Cristóbal Colón soñó llegar allá. Quienes sí desembarcaron, a mediados del XVI, fueron los portugueses y los jesuitas españoles liderados por Francisco Xavier, futuro santo, pero el shogun Hydeyoshi quemó 27 catequistas y el país se cerró hasta la exposición de París, en 1867, cuando su pabellón deslumbró al mundo. Luego, la expansión económica y militar les llevaría a chocar con Rusia, con China y finalmente con el otro gran imperio del Pacífico, los Estados Unidos, que tardó 4 años en empujarlos desde Pearl Harbor a Hiroshima y Nagasaki.

Quien haya estado en el museo de Hiroshima no olvidará jamás la monstruosidad de la catástrofe atómica. Ahora, la naturaleza les ha enfrentado a un terremoto equivalente a 10 000 bombas A y a un tsunami que exacerbó a las centrales nucleares. Un desafío que conjuga todos los miedos: al agua, al sismo, al átomo y al crack financiero. Pero más temprano que tarde saldrán adelante.

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