Yo creo que a veces los periodistas tenemos miedo al periodismo. Y si es así, el periodismo y los periodistas estamos en crisis.
Me explico: mientras los libros, los talleres, los seminarios, los expertos y las más grandes plumas contemporáneas insisten en la urgencia de contar historias y escribir crónicas, menos historias y crónicas aparecen en la prensa.
¿Por qué la urgencia de contar historias como única posibilidad de salvar al periodismo?
Porque en un planeta cada vez más conectado con miles de millones de noticias diarias, cada vez es menor nuestro conocimiento de nosotros mismos.
Bombardeados con tanta información que recibimos cada instante en el celular, en el televisor, en la radio, en el cine, en el cable y en internet, los humanos cada vez tenemos menos posibilidades de profundizar, de contextualizar, de conocernos, de entendernos.
Y así vamos perdiendo, de manera acelerada, la sensibilidad para ahondar en el alma social, para detectar con qué tipo de psicología respondemos al vértigo de los hechos, para reflexionar acerca de la manera cómo los humanos reaccionamos, actuamos, decidimos, dudamos, procedemos, existimos…
Que yo sepa, en prensa no existe nada mejor que la crónica para acceder a esas profundidades humanas.
Pero para eso se requiere una actitud distinta de los periodistas y de los medios donde trabajan esos periodistas.
Una actitud distinta, incluso, de los periodistas que trabajan en los departamentos de relaciones públicas o comunicación institucional de entidades estatales y privadas. ¿Por qué no?
Así como la noticia sin contextualización ni referentes ya no es noticia, el boletín de prensa sin esos elementos ha quedado obsoleto y no tiene impacto ni repercusión en los presuntos destinatarios.
Se trata, entonces, de perder el temor (consciente o inconsciente) a hacer periodismo.
Y nada mejor que hacer periodismo para hacer periodismo.
Me explico otra vez: la información que se construye desde el escritorio es fría, gris, plana, monótona, repetitiva.
Y si esa información no logra conectarse con las audiencias, no tiene sentido hacerla.
El culto a la personalidad y una agenda excesivamente centralizada es un mal de los relacionistas públicos en las entidades estatales y privadas.
Es cierto que lo hacen obligados por el ego de las autoridades, pero también deben admitir que lo hacen desde la costumbre, el facilismo, la retórica y la comodidad.
Los periodistas de los medios también deben levantarse de sus escritorios y ensuciarse los zapatos. Desafiarse. Dejar atrás las manidas estructuras de la noticia convencional. Hay que salir a las calles, a las ciudades, al país, al mundo. Y contar. Contar la vida. No existe otra manera de perder el miedo al periodismo.