La Justicia Electoral de Brasil dio al presidente Michel Temer un balón de oxígeno. Una apretada votación de 4 a 3 salvó al Presidente.
Durante la semana se realizó la etapa final de un juicio que buscaba anular las elecciones e inhabilitar al binomio Rousseff -Temer. Si la presidenta Dilma ya está en casa y defenestrada luego del ‘impeachment’, su compañero sigue al frente del Gobierno.
Pero los escándalos de corrupción que afloraron en un ‘lava jato’ (una lavandería de autos) siguen causando estragos y la trama corrupta muestra que el problema es una descomposición sistémica. Era la configuración de una estructura bien tejida de crimen organizado y enquistado en las cúpulas del poder. Esa red atravesaba a todos los partidos, a varias oficinas de altos cargos en los poderes centrales y estaduales, en la propia justicia y el Poder Legislativo.
El sistema era la repartición de obras públicas a grandes empresas constructoras. El pago, con dineros públicos, de esas obras. El reparto de jugosas comisiones como coimas que, a su vez, financiaban campañas electorales de los grandes y aun pequeños partidos. Y una parte, claro, a los bolsillos de los políticos. A la vera, millones de pobres estafados por la falta de servicios públicos.
Los casos de corrupción en Brasil se ventilan en la justicia y no solo están en las actividades de empresas gigantes como Odebrecht, cuya avalancha llega a varios países, entre ellos a Ecuador.
El presidente Lula, cuya imagen y liderazgo trascendieron fronteras, atiende a dos centenas de causas judiciales por distintos casos de corrupción.
Su compañera del Partido de los Trabajadores (PT) y sucesora, Dilma Rousseff, vive el infierno de la destitución. Los partidarios del PT atribuyen todo al poder inmenso de la derecha y piden elecciones anticipadas.
Temer tendrá que navegar en las tormentosas aguas de la sospecha con lo que le resta de capital político y se queda en la presidencia prisionero de las dudas de todos.