Columnista invitado
Los amigos del chavismo tienen en México a un presidente que los protege y acoge. Su cercanía es alentada por ideas comunes y perfiles similares: personalistas, adversos a los pesos y contrapesos de la democracia, alérgicos a la prensa crítica, megalómanos y dueños de un discurso a prueba de evidencias.
Aunque Andrés Manuel López Obrador (AMLO), quien en diciembre cumplirá un año de gestión, no es muy explícito sobre sus filias internacionales -las cubre con una arcaica tesis de política exterior que ordena no criticar a otros gobiernos y no permitir ser criticado-, sus inclinaciones son claras. En su asunción tuvo como invitado especial al venezolano Nicolás Maduro y esta semana dio asilo al ex presidente de Bolivia Evo Morales y a varios ex funcionarios y legisladores de ese país. Según el canciller Marcelo Ebrard, los que hubo Bolivia fue un golpe de Estado. Nada dijo del fraude electoral.
México ha recibido con fanfarrias al presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, así como al electo de Argentina, el kirchnerista Alberto Fernández. Mientras, Rafael Correa se ha paseado por el país y ha sido adulado por funcionarios y por el partido oficialista Morena, que le dio tribuna y auditorios.
México ya dio asilo al ex canciller Ricardo Patiño y pronto llegarían desde Ecuador otros correístas que permanecen en la embajada del país azteca en Quito.
Morena ha sido un impulsor decidido del Grupo de Puebla, espacio que aglutina a políticos latinoamericanos cercanos al proyecto chavista del Socialismo del siglo XXI, varios de ellos encauzados judicialmente. Al igual que sus amigos sureños, AMLO ve al mundo en blanco y negro. Todo se trata de una lucha del pueblo contra los ricos y conservadoras.
Como ellos, él tampoco reconoce fallos. Si se demuestra que sus políticas yerran o que hay corrupción en su entorno, niega la evidencia. Si algo no cuadra en su discurso, miente y acusa a los periodistas de corruptos. ¿Le suena conocido?
La impronta populista de AMLO copa la agenda. Entre los secretarios de Estado y los legisladores oficialistas, nadie le hace sombra, su palabra es ley. A pesar de que algunas de sus decisiones riñen con la lógica y el punto de vista de expertos, se hace lo que él dice. AMLO sostiene, sin sonrojarse, que tiene superioridad moral y que comanda una transformación similar a la Independencia o a la Revolución del inicios del siglo XX. En ese perfil megalómano se parece a sus amigos chavistas. Ellos hablan de acabar con el neoliberalismo, librarnos del imperio y llevarnos hacia la justicia. En su discurso, la evidencia de sus fracasos, los juicios por corrupción y sedición, los fraudes electorales y la persecución contra periodistas, son mentiras, inventos de fuerzas oscuras. Si los chavistas caen en nuevas desgracias y la justicia amenaza con llevarlos a la cárcel, no deberían desesperarse, tienen en México a un gobierno dispuesto a acogerlos y darles tribuna.