Hablar de “méritos” es referirse al talento como sinónimo de inteligencia, sumado al esfuerzo aplicado por el individuo en la pragmatización de su entendimiento. A efectos de la columna, la“meritocracia” se identifica con el acceso a una posición laboral, de dirigencia o de autoridad – en el ámbito privado o público – en virtud precisamente de las cualidades alegadas por quien pretende tal colocación, a ser ponderadas en el proceso de selección.
Entre los estudiosos no existe consenso respecto del rol social de la meritocracia. La mayor dificultad radica en balancearla con la igualdad. Y es que la meritocracia no resuelve las trabas impuestas por una organización en que imperan desigualdades intrínsecas, pero tampoco éstas pueden ser solucionadas mediante la asignación de funciones y honores por puros méritos. Enfrentar las desigualdades demanda de decisiones tendientes a brindar “oportunidades”, que consoliden un esquema de solidaridad efectiva.
Sin embargo, a diferencia de lo sostenido por quienes abogan a favor de la eliminación de desigualdades vía “cuotas” en la asignación de puestos de trabajo y cargos, que equivale a “igualdad meramente formal”, lo relevante para la justicia social y organizacional, es alcanzar “equidad de oportunidades”. Se logra mediante lo que algunos tratadistas denominan “nivelación del terreno”, significando la abolición de obstáculos de manera que todos los actores sociales – en función de sus propios méritos – estén en capacidad de concretar sus justas ambiciones. Cualquier sociedad e institución que intente consolidarse alegando artificiosamente colocaciones en oficios por la sola atención al género, origen u otras subjetividades ajenas al merecimiento, es todo lo contrario a la meritocracia.
D. Bell, sociólogo estadounidense, afirma que la razonabilidad de la meritocracia radica en la capacidad de decidir quiénes deben ocupar cargos y dignidades, debiendo ser los mejores en sus respectivos campos de acción, siempre medidos por sus pares. Si el acceso se da por subterfugios, la meritocracia desaparece a costa de la sociedad y de la entidad, que pasan a transmutar en entes contrahechos.
El mérito es el óptimo garante de la igualdad… tanto comunitario como individual. La problemática está en la medición de los méritos; si estos son desatendidos, no hay transparencia.
Mientras más endeble es la institucionalidad, sea de una nación o de un organismo, más proclives serán a computar los méritos inicuamente, o peor aún a pregonarlos con argumentaciones pueriles según quedan referidas. La “antimeritocracia” es la tendencia a justificar gratificaciones sin atender a cualidades objetivas. Cuando las posiciones que se asignan dejan de lado al mérito, el resultado es siempre calamitoso, al margen de que lo veamos o pretendamos – por conveniencia – no hacerlo.