Pronto se conocerá la última novela de Mario Vargas Llosa, ‘El sueño del celta’. Estaba en prensa cuando le otorgaron el Premio Nobel. La Editorial Alfaguara inmediatamente multiplicó por 10 la tirada prevista. Es la biografía novelada de Roger Casement, un notable funcionario del Foreign Office británico, nacido en Irlanda, en 1864, cuando la isla todavía era parte de Gran Bretaña, y ahorcado en Londres en 1916, acusado de traidor por aliarse a los alemanes en medio de la Primera Guerra Mundial con el objeto de sublevar a sus paisanos irlandeses.
Casement, a quien se le había otorgado la distinción de Sir por sus servicios al país, fue el responsable de la investigación que demostró el horror genocida de la colonización del Congo Belga, después que los europeos se repartieron el continente negro, durante la Conferencia de Berlín (1885), con la coartada de llevarles a aquellos salvajes la civilización y el progreso. Casement probó que, en realidad, el rey de los belgas lo que les había llevado era la muerte y la explotación económica más cruel.
Posteriormente, Casement viajó a la Amazonía para investigar los atropellos cometidos por una compañía cauchera británica y halló que en las selvas amazónicas, donde Brasil, Perú y Colombia se encontraban, eran un infierno verde: se repetían las mismas monstruosidades que en África. Era como si la codicia de los explotadores generara una sola y sangrienta manera de estrujar a los trabajadores.
Las biografías noveladas constituyen un tremendo reto para los escritores. Se dan dentro de un marco histórico que no es posible rebasar sin desvirtuar el relato, pero, al mismo tiempo, el narrador debe saber explorar el alma de los protagonistas, imaginarse qué los impulsa a actuar de cierta manera, construir escenarios en los que ocurrieron algunos hechos oscuros, fabricar personajes que sirven de contrapunto para desplegar opiniones y puntos de vista diferentes.
Por ejemplo, cuando Roger Casement era juzgado por traición a Inglaterra, aparecieron unos diarios íntimos que describían con detalles escabrosos sus relaciones homosexuales en África y en la Amazonía. ¿Eran reales o una fabricación para desacreditarlo en aquella Inglaterra victoriana?
Los hechos, de acuerdo con el narrador Vargas Llosa, son ciertos, pero su personaje los desmiente. El modo en que son revelados los diarios, en cambio, es falso. De alguna manera, esa es también la esencia de la novela: una gran mentira que cuenta una gran verdad.
¿Por qué, a casi 100 años del ajusticiamiento de Casement, Mario Vargas Llosa lo saca de su tumba y recrea el drama de su vida y su muerte? Porque el personaje y su historia tienen todos los ingredientes de la siempre opaca naturaleza humana, que es lo que, realmente, le interesa al gran escritor peruano. Es un héroe y es un traidor. Es un hombre ejemplar.