Hace pocos días cerró sus puertas el expenal García Moreno, conocido también como el panóptico, construcción arquitectónica diseñada en el siglo XVIII por el filósofo británico Jeremy Bentham, para que los guardias vigilaran desde un único punto a todos los presos.
El panóptico de San Roque se terminó de construir a finales de 1869, durante el gobierno de Gabriel García Moreno, para albergar en sus instalaciones un máximo de 200 presos. En los últimos años, ya con el falaz título de Centro de Rehabilitación Social, mantenía en completo hacinamiento a más de 2 000 personas y se había convertido en una verdadera escuela del crimen.
En sus 146 años de existencia, el panóptico fue testigo de historias desgarradoras, de vejaciones y violaciones a los derechos fundamentales del ser humano, de crímenes y conspiraciones, de sangre, lágrimas, desesperanza y muerte.
En sus muros de piedra, húmedos y pestilentes, y en sus tenebrosos corredores sumidos en permanente penumbra, quedan las huellas de miles de sucesos macabros, de secretos inconfesables, de los particulares sonidos que transitaban sin cesar entre sus paredes: carcajadas estridentes, ahogos, quejas, pesadillas, alaridos o agonías.
En el interior de los túneles de tierra negra, que forman un complejo laberinto bajo el penal, aún se ocultan las historias de las fugas más insólitas, de los escapes frustrados, de los temores y las esperanzas de aquellos que lo intentaron, de los que lo consiguieron y de los que nunca podrán contarlo.
En 1987, como parte de la iniciación en la carrera de Derecho, los estudiantes de propedéutico de la Universidad Católica visitamos el penal. Al margen de los hechos anec-dóticos, como el de la celda número 13 en que estuvo recluido Eloy Alfaro antes de ser arrastrado y asesinado en las calles de Quito, se nos quedó grabada una imagen común: la de haber asistido al lugar más miserable y depravado del mundo.
Como parte de un nuevo modelo de gestión penitenciaria, el actual Gobierno finalmente trasladó a los últimos presos del panóptico hacia el nuevo Centro de Rehabilitación Social de Cotopaxi.
Un gran paso, sin duda alguna. Sin embargo, tras el cierre de las puertas del viejo penal, empieza el verdadero reto para cambiar definitivamente el sistema carcelario orientándolo hacia la protección social ciudadana como fin último mediante la rehabilitación efectiva de los detenidos y la observancia irrestricta de sus derechos individuales.
Y en relación con el destino del panóptico, vale la pena reflexionar sobre la utilidad de construir allí un lujoso hotel o la necesidad histórica de conservar en un museo de sitio, para testimonio de las generaciones futuras, la memoria del horror y el abandono de los presos en el Ecuador.