Todo incendio es ‘dantesco’. Todo proyecto que concluye es ‘un sueño realizado’. Todo comentario de una muestra fotográfica se asienta en la idea de que ‘una imagen vale mil palabras’. Malditos clichés. Aunque si digo ‘clichés’ los menores de 50 años no saben de qué estoy hablando. Pues bien: clichés eran las planchas de plomo donde se grababan las fotografías que eran impresas miles de veces en libros, periódicos y hojas volantes.
Sin embargo, que una frase como aquella de la imagen sea repetida al infinito no quita que encierre su verdad original. Por ejemplo, la foto de la niña vietnamita que corre quemada por el napalm en 1972 valió muchísimo más que un millón de palabras; significó la derrota de la política guerrerista en la opinión publica de EE.UU. y el mundo. Y las pocas fotos del arrastre de los Alfaro que tanto vemos en estos días son invalorables, entre otras cosas porque muestran el final, este sí dantesco, del proyecto alfarista y, si nos atenemos a lo que cuenta José Peralta en sus memorias, pueden ser vistas como las terribles imágenes de ‘una pesadilla realizada’ pues don Eloy había repetido que moriría asesinado y su último retorno desde Panamá contribuyó al fatal desenlace, que ya se había anunciado el 11 de agosto anterior.
Es claro entonces que una foto histórica desata la imaginación con más fuerza e inmediatez que el texto correspondiente. Pero la escasa importancia concedida entre nosotros a la memoria gráfica frente al peso de los textos históricos, así como la inexistencia de un museo de la imagen –más allá de archivos notables como el Histórico del Guayas y el quiteño del Banco Central– convierten en un vía crucis la búsqueda de fotografías antiguas. Pero un vía crucis que tiene sus milagros y retribuciones, faltaba más. Quienes investigamos y recopilamos imágenes para ir construyendo la historia gráfica del país sabemos de la paciencia y meticulosidad que exige el asunto, de sus fiascos y decepciones, pero también de la alegría que genera el hallazgo de alguna foto antigua que no ha sido casi vista o publicada y que viene a completar el tema que nos ocupa.
Si no, que lo diga Irving Zapater, quien lleva décadas editando libros de historia gráfica y ahora, con el Consejo Nacional de Cultura, acaba de inaugurar en el Centro Cultural Metropolitano una estupenda muestra de fotografías que vienen desde el siglo XIX y nos permiten caminar y hasta olfatear las calles de esa capital pueblerina que va mutando a ojos vista.
Lo malo es que al salir a la realidad de la plaza Grande nos topamos con unos paneles espantosos que interrumpen el campo visual para mostrar imágenes e información de la misma ciudad que no dejan ver, como si no estuviéramos abrumados ya con la incesante propaganda oficial.