Se les llenaba la boca citando el ejemplo de los tigres asiáticos. Países más pequeños que el nuestro habían logrado, en una generación, índices de crecimiento y desarrollo equiparables a los alcanzados por los europeos, los más adelantados, luego de más de 100 años de haber iniciado su revolución industrial.
¡Y venga lo de los tigres asiáticos, si inclusive tenían que importar las materias primas que requería su industria! Ahí quedaba todo. O porque nuestros gobernantes no sabían cómo se había producido tal milagro, o porque creían que “este país de indios y cholos de m” era incapaz de grandes empeños, o porque simple y llanamente les importaba un comino el futuro de “la isla de paz” como cínicamente le definían a nuestro Ecuador.
A lo que si llegamos, la verdad, es a ser el mayor exportador de banano, una Banana Republic, de la cual quiso ser Señor quien se creía enviado de Dios, libre de impuestos.
Mejor no hablemos de elecciones, las del próximo domingo. Al paso que íbamos habíamos llegado a tales extremos como que nuestros índices de desarrollo humano se aproximaban a los de Haití y nuestra africanización, de la que no se vuelve, se anunciaba como un hecho posible.
Esos remedos de universidad se multiplicaban como hongos. Categorizar las universidades y politécnicos, un disparate propio de mentes destempladas y violentas, atrabiliarias, despóticas. Becas del Estado, para quienes tenían padrinos.
¿Quién no recuerda haber tenido condiscípulos brillantes que no llegaron a la universidad por razones económicas? A nadie le quitaba el sueño la situación de la educación superior y ni digamos de la investigación científica. Un país sin futuro, el nuestro. Exportadores de materias primas, los más de nuestros empresarios. No hablemos de valor agregado a lo que exportábamos. Competir con los gringos, ni en sueños.
Mejor no hablemos de elecciones. En estos días EL COMERCIO ha dedicado espacios enormes a un tema crucial para salir del pantano del subdesarrollo: 7 200 becarios se hallan haciendo estudios en el exterior financiados por el Estado.
De entre ellos, 550 bachilleres, los mejores, que ya se hallan iniciando su pregrado en buenas universidades extranjeras, luego se especializarán y obtendrán maestrías y doctorados. Sueños imposibles hasta hace poco.
El secreto de los tigres asiáticos: saber cómo darles a sus productos valores agregados competitivos en el mercado internacional. Pasar de la teoría a la práctica en alianzas entre la gestión pública y la empresa privada. Yachay, la Ciudad del Conocimiento, ha iniciado ya el papel que le corresponde y le corresponderá en grande cuando retornen quienes fueron enviados para saber cómo superar los problemas, y nuestros industriales, los emprendedores, les reciban con optimismo. Este, el milagro de los tigres.