La sociedad moderna, híper conectada e informada, vive, sin embargo, entre medias verdades y mentiras; entre eufemismos y disimulos; entre chismografía y suposiciones. Vive eludiendo, callando cuando hay que hablar y gritando cuando hay que razonar. No hay debate posible, hay discrepancias radicales, prejuicios que pervierten cualquier diálogo. No hay discurso de los candidatos a todas las funciones, hay apelaciones estentóreas, arrebatos sin serenidad, ofertas sin sinceridad, condenas sin apelación.
La gente, lo que llaman “el pueblo”, se ha habituado a la “posverdad”, o sea, a la mentira. Sabe que el populista miente, pero vota por él; sabe que el político vende humo, pero marcha en su favor; sabe que las propuestas de salvación nacional son imposibles, pero se entusiasma y se convence; sabe que para salir adelante hay que tomar medidas duras, pero las combate, y se apresta a la resistencia. Y así, lo que es simple mentira, se convierte en dogma de fe. Y quien se atreve a cuestionar las peregrinas ideas con las que cualquier caudillo llena la cabeza del público, sufre inmediato descrédito, y queda marcado como “neo liberal”, reaccionario, pelucón o alguna lindeza parecida. Cuando no, enemigo de las causas populares.
Ahora, la fuerza mayor extraordinaria nos ha puesto frente a la verdad pura y dura. Pero es mejor negarla, salir, organizar fiestas, ir de juerga, bajo la peregrina teoría de que “no ha de pasar nada”. La fuerza mayor imponía la necesidad de mirar a los ojos a la sociedad y al Estado, transformar el estructura legal caduca y suprimir las taras y vicios que han burocratizado el ejercicio de los derechos, la seguridad y la claridad de las reglas, pero es preferible ponerle paños tibios a un sistema enfermo, y arengar por la injusticia.
¿Existe la república, o es un suspiro doctrinario que encubre un sistema de dominación, que cada día pierde legitimidad? La democracia, ¿es un valor social? La tolerancia, ¿es una práctica; es una convicción, o lo es la intolerancia? Los hechos de octubre, sin ir más lejos, plantean estas preguntas, porque aquello fue la negación del país pacífico.
Lo que vemos todos los días acentúa las dudas de que pisemos la tierra firme de la verdad, y afianza la sospecha de que chapoteamos en un pantano de mentira y corrupción. Cualquier noticiero es el diagnóstico del país, cuál es la situación del principio de autoridad, y por dónde andamos.
La Academia de la Lengua Española incorporó al Diccionario una certera definición de “posverdad”, concepto que alude a la simple y llana mentira. La Academia dice que es la distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Los demagogos son maestros de la posverdad.