Se incrementa el número de suicidas en nuestro Ecuador. En el año 1971 la tasa de suicidios fue de 2,3%; en el 2011 -último de registro- la tasa se incrementó hasta 6,7%.
Acaba de fallecer en Quito un joven de 19 años de edad, dejando un conmovedor mensaje de despedida. Se invoca la comprensión de cada lector sobre la carta. Dice: “Tratas de pensar en cosas que te alegren, en planes a futuro; en deseos, en metas. Pero no encuentras nada, porque nada tiene sentido, porque no hay nada, porque estás hueco. Porque se olvidaron de ponerte relleno y eres solo un material opaco y quebradizo que contiene un montón de nada”.
Los investigadores de la realidad ecuatoriana concluyen que la mayoría de suicidios es resultado de la depresión y consumo de drogas, tan en boga en este tiempo en que están dañando inclusive a los adolescentes de colegios con el consumo de estupefacientes.
Tiempo hubo en que se entendía que el instinto de muerte (tánatos) había crecido y anulado al instinto de vivir, pero las experiencias clínicas y estudios hechos en Estados Unidos pusieron en duda esa conclusión. Acogieron la tesis del celebrado científico Sigmund Freud, que resume así: “Respecto a la cuestión del instinto de muerte, el autor solo querría indicar que no parece ser un concepto necesario para la comprensión del problema del suicidio”.
Sus investigaciones con centenares de personas que fracasaron en el intento de suicidio, encuentran explicaciones en el despecho y el deseo de llamar forzadamente la atención; en la pérdida del objeto de amor; en el sentimiento de culpa.
Causa notoria y antecedente del suicidio parece ser la depresión. Esta enseñanza sobre la depresión nos proporcionaron en la Universidad Central pero ya hace medio siglo. Se supone que en el lapso hasta hoy, la personalidad humana no ha variado tanto como para que no sirva esa lección de clase.
La depresión entraña, por una parte, falta de energía, de espontaneidad y de reacción de las tendencias instintivas, propensión a la tristeza y la inquietud; en menor grado y con menor frecuencia, el miedo en todas sus formas; la angustia y su valoración propia, así como autoinculpación y autoacusación con motivos triviales o sin causa alguna. …Al deprimido casi nada positivo le interesa ni satisface; los bienes le son indiferentes o aborrecibles, sobre todo los personales desde el alimento hasta la salvación de su alma; sin embargo, no es raro que el melancólico se preocupe por el bien ajeno, tanto en la forma realista cuanto de sobrevaloración del ser ajeno, además del aprecio de este implícito en la detracción de sí mismo como autor de daño imaginario a otras personas.
¡Tiempos actuales repletos de inseguridad, angustias, desilusiones y, en muchos, casos soledad y abandono, escenario apto para la depresión y el suicidio !