En esta misma tribuna, Julio César, el sábado 19 de mayo de 2018, celebré tu presencia en el Consejo de Participación Ciudadana Transitorio. “Trujillo o las tres columnas” titulé ese artículo, aludiendo al pensamiento de Lin Yutang: “Tres columnas forman hombres verdaderos: inteligencia, dignidad y valor”. Las tres son las que mejor definen y contienen tu señera personalidad. Y escribo en presente y en mañana, porque seres como tú transgreden el tiempo y siguen en su faena a través de su legado.
“Tu palabra me ayuda y me da fuerzas”, me dijiste en un encuentro casual. No, Julio César, es tu rutilante paso por la vida lo que nos consuela y nos queda, y nos alivia la rabia ante la deshonra que se esparce sobre todos quienes vivimos en nuestra ultrajada patria.
En “Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu”, censurado e incinerado, Montesquieu sentencia: “No hay más que dos palabras en vuestra boca: fuerza y astucia para robar. Si elegís la violencia en principio y la astucia en precepto de gobierno, el código de la tiranía no es otra cosa que el código de la bestia. Vuestro principio es que el bien puede surgir del mal”. Este axioma fue el breviario de la autocracia correísta. Saqueo en cuerpo y alma a nuestro Ecuador.
Un grupillo de vasallos del déspota pretendió agraviarte llamándote viejo, tu respuesta fue pronta: “Soy viejo, pero honrado”, sin apagar tu sonrisa que fue tu divisa de vida. El ser humano no es sino lo que sabe, Julio César, por eso asustaste a los mercaderes de la política.
Tu misión en la década del tiranuelo y su cohorte fue la defensa del país, presidiendo la Comisión Anticorrupción, junto a personajes que reverdecen la fe en el bien común. Asumieron el ilusorio ejercicio de rastrear en el pozo ciego de la corrupción. Con talento, coraje y paciencia, probaron decenas de casos, algunos, aún rezagados.
Pero acaso el mayor desafío de tu vida vino después: presidir el Consejo transitorio, broquel protector de esa pandilla de despabilados para el latrocinio y la inmunidad. No satisfecho con el deber cumplido en ese espacio, convocaste al pueblo para que avale su desaparición en una consulta que debe darse en tu honor.
Con estoicismo afrontaste el violentismo verbal de los últimos mercenarios del populismo. En la versión siglo XXI del muro de los canallas: las “redes”, tu decoro y el de Martha, tu ejemplar compañera, fueron envilecidos hasta los extremos. Veo a Martha, imponente y grave, atendiendo el homenaje de millares de mujeres y hombres, en vela de armas en tu ilusoria partida, porque sabe que sigues aquí en la tierra y que los abrazos son para los dos.
Mientras tanto, esos parásitos congelados en el pasado, que se sirven del poder para deificarse, siguen zahiriendo tu imagen. No te inquietes, Julio César, la inteligencia de nuestro pueblo calla, sabe que está hablando la ignorancia, y con la tea que tú encendiste sigue tu camino.