Cualquier revolucionario del siglo XXI que se precie conoce bien la historia del Caracazo y su utilidad política. Tras las fuertes medidas de ajuste tomadas en febrero de 1989 por Carlos Andrés Pérez, una ola de violencia y saqueo se apoderó días después de las calles de la capital venezolana. Hubo cientos de muertos y heridos. De ese sacudón nació el Hugo Chávez político que, sin embargo, tuvo que esperar pacientemente para acceder al poder.
En el caso ecuatoriano, quienes quieren aprovecharse de la reacción a las medidas de Lenin Moreno no son petimetres como era el Chávez de entonces, ni tienen su paciencia. Ya han saboreado el poder y siguen desesperados por recobrarlo. Traidor es quien rompió su continuidad, pero evidentemente no logró extinguir su influencia en las instituciones públicas ni desbaratar las redes de protección bien tejidas y aceitadas en 10 años.
Bisoños y engolosinados con las cifras y los cálculos políticos, los excorreístas y morenistas no la vieron venir. Las evidencias apuntan a que se trazaron minuciosamente varios escenarios para buscar la eliminación de Moreno. Hay que leer los trinos del titiritero mayor para saber que incluso se exploraron las ‘vías institucionales’, que desde luego incluyen a la Asamblea. Pronto se sabrá.
Lo más seguro era auparse en el predecible paro indígena, cuya dirigencia actual se caracteriza por fisuras que van más allá de los enfoques políticos. Embarcarse en la movilización con propósitos desestabilizadores no era difícil, y si bien desde hace varios días la dirigencia hablaba de ‘infiltrados’, no fue capaz de trazar la línea divisoria sino ayer en la mañana, poco antes de ratificar algo que se sabía desde el viernes: se sentarán a negociar porque las bases les piden volver a trabajar y, sobre todo, porque ya no pueden cargar el peso del vandalismo y la violencia.
Hasta los más radicales como Jaime Vargas admiten que los correístas quieren aprovechar el espacio. Un sensato Salvador Quishpe fue más allá y admitió que las manifestaciones no están en manos de los movimientos indígenas sino en las del correísmo…
La fuerza pública deberá tener mucho cuidado al controlar la violencia y el vandalismo, cuya máxima y simbólica expresión es el saqueo y el incendio de nada menos que el edificio de la Contraloría, asediado desde hace varios días por ‘los infiltrados’. El diálogo también tendrá que rendir frutos.
De lo contrario, siguen latentes los sueños de quienes tienen mucho que perder si el sistema resiste, y mucho que ganar con el caos. Tienen los motivos, los recursos y quizás no renuncian todavía a la oportunidad. Un complotador supuestamente escribió a sus coidearios, a propósito de la cacería a Moreno, que sabía dónde estaba y los alentaba: ‘ahí tenemos tarea compañeros’. La misma frase cabe para quienes no queremos el Caracazo.