El coronavirus sigue mostrando sus lados más hirientes, incluso los que aparentemente no suelen preocupar, o no preocupaban, a la mayoría de ecuatorianos. Los sondeos son solo eso, pero acabo de ver uno en el cual la corrupción ocupa el primer lugar de la lista de aflicciones nacionales, incluso antes que el empleo, la seguridad y la salud. ¿Qué ha cambiado?
Hay al menos tres elementos nuevos. El primero es que la mesa servida no solo no es tal sino que se ha achicado irremediablemente, y cualquier desafuero es notorio. Cuando perdimos el sentido de las proporciones, casi nadie se inmutaba cuando se tiraban miles de millones de dólares en refinerías no construidas o mal reparadas, en hidroeléctricas que no funcionan o en cualquier proyecto.
Hoy nos fijamos incluso en unas decenas o unos cientos de miles de dólares, y siempre debía haber sido así. En una fecha tan cercana como septiembre de 2017, muchos ecuatorianos se asombraron de que el vicepresidente uruguayo Raúl Sendic dimitiera por haber utilizado para sus gastos personales alrededor de 4 000 dólares de una tarjeta estatal.
Pero ahora no solo hay poco que repartir sino que las prioridades son grandes, en especial cuando se trata de compras para combatir el covid. Que alguien se aproveche de una pandemia -que además ha tenido la virtud de mostrar descarnadamente la inequidad- es algo que multiplica el sentido de frustración.
Pero no nos hagamos muchas ilusiones: el escenario de fondo en que se denuncian estas bellaquerías es político. Estamos en medio de una selección de precandidatos presidenciales más efectiva que la casi nunca cumplida elección interna ordenada por la ley. La tarea prioritaria es golpear al adversario y destapar lo que conviene, en medio de una lucha sin cuartel para alcanzar la línea de partida.
La ventaja es que en medio del zafarrancho vemos la punta de algunos icebergs, así como las huellas que quedan detrás de las jugadas políticas. Y que algunas autoridades se lo toman en serio, aunque preocupa que el ADN revolucionario siga intacto en varias instituciones, y seguramente seguirá incluso después de que Lenín Moreno se marche, junto a otros ex correístas de corazón.
Está bien que se denuncien algunos casos, pero sería mejor que se denunciaran todos los casos. Y de modo completo. Porque lo que vemos son, como siempre que actúa la política, solamente las partes que interesa mostrar a través de ‘informadores’ privilegiados. Corrupto se puede ser de muchas formas.
Como sea, ojalá y este pequeño destape sirva para tomar conciencia de que cualquier latrocinio perjudica a toda la sociedad, que no debe justificarse bajo ninguna circunstancia y que, sobre todo, debe ser sancionado. Los delitos de cuello blanco no suelen serlo. El populismo penal no reemplaza a la justicia. ¿La próxima elección traerá de vuelta los valores?