Hace pocos días, un importante diario neoyorquino advertía sobre el peligro que engendra la poca preparación expuesta, en materia de política internacional, por parte de los candidatos a la Presidencia de Estados Unidos de Norteamérica, a excepción de la señora Clinton, quien fue Secretaria de Estado en la primera administración de Barack Obama.
Ahora que los resultados de las primarias parecen indicar que el enfrentamiento será entre la ex Primera Dama y el hombre de negocios Donald Trump, el temor se centra en la posibilidad, por suerte remota, de que este último acceda a la Presidencia del país, hasta hoy día, más poderoso de la Tierra. Y no es para menos. De una u otra manera los grandes conflictos mundiales tienen que ser tratados directamente o, a través de terceros, por las grandes potencias. La agenda que le espera al nuevo mandatario estadounidense es bastante extensa. Quizás el tema más álgido sea el conflicto sirio por lo que representa y por todo el riesgo de contagio a una zona ya de por sí convulsionada y por sus consecuencias adicionales, como la crisis migratoria que ha puesto a los países europeos en señal de alerta.
Pero ese no es el único asunto que reclama conocimiento, preparación y diplomacia para manejarlo. Siguen pendientes los problemas en Iraq, donde se dificulta su estabilización e Irán, que estará bajo vigilancia para observar si cumple el acuerdo suscrito en materia nuclear.
Igual atención merecerá el conflicto árabe-israelí que por décadas sigue enfrentando a esos pueblos y cuya posible solución aparece cada vez más lejana. Aunque el mismo no llegue a su fin en la siguiente administración, es de esperar que no se intensifique y eso requiere un manejo apropiado, teniendo en cuenta todas las aristas que se hallan en juego. No hay que olvidar los innumerables intereses entre los diferentes aliados estadounidenses que, en torno a este punto, chocan inevitablemente.
Luego están las difíciles relaciones con dos países que ganan protagonismo y no pocas veces opacan a la diplomacia americana. China y Rusia son dos estados que han visto incrementada su influencia en los asuntos de orden internacional y son jugadores, con ambiciones globales, que buscan disputar la hegemonía a los americanos. También está la amenaza del terrorismo mundial al que hay que enfrentarlo de manera integral buscando involucrar a la mayoría de países para, en lo principal, cortar las fuentes de financiamiento que lo alimenta y lo robustece.
Pensar que una persona con los exabruptos del negociante neoyorquino tome el control de la política exterior estadounidense es como para preocupar a cualquiera. Suficiente se tiene en el escenario internacional con los desplantes del Sr. Putin, quién se regodea en los sueños de restaurar la Rusia imperial.
En tal caso, resta por apostar al mal menor, aunque si en algo falló el actual gobierno, para buena parte de los estadounidenses, fue en su política internacional. Lo que menos necesita el mundo es un nuevo bufón en el escenario.