Por la Región, si en esporádicos momentos hay intentos por recomponer el desbarajuste causado por el populismo a ultranza que dominó casi una década, desde sus entrañas brotan actos que se encargan de echar al traste todos los afanes restauradores. El último ejemplo la actitud atrabiliaria de un grupo de desadaptados que, enfurecidos y coléricos, atacaron el bus que transportaba al equipo visitante a disputar la final del máximo torneo del fútbol sudamericano, evento promocionado como el más importante dentro de la rivalidad histórica de los dos conjuntos. ¿Por qué relacionar lo sucedido en un acto deportivo con la descomposición de la política? Simplemente porque la vinculación que existe entre las barras bravas de los equipos de ese país, muchas de ellas salpicadas en el cometimiento de escandalosos ilícitos, con los grupos políticos es un tema denunciado hasta el cansancio; éstos las movilizan con fines proselitistas llenando plazas o causando incidentes con una agresividad que intimida a los simples ciudadanos. Lastimosamente no es fenómeno privativo de suelo argentino. De ese extracto salieron los agresores que han provocado un bochorno que ha traspasado fronteras, sin que se sepan sus fines. En la retina de quienes vieron las imágenes perdurará la violencia desatada en las calles bonaerenses. Nadie recordará que por allí transitaron escritores, filósofos, premios Nobel. El desorden heredado es mayúsculo y, en forma posterior al incidente, el gobierno reacciona estupefacto porque las autoridades judiciales se han encargado de disponer la libertad de los responsables del ilícito. ¿Quién responde por esto?
Sucede en una de las tres economías más grandes de la Región, a las puertas de ser anfitriona de una reunión del G-20. A las autoridades locales no se les cruzo considerar, dados los antecedentes de rivalidad que presagiaban que cualquier chispa podría encender el alboroto, que ninguna persona debía permanecer cerca del camino que transitaba el bus en al menos un área de 50 metros. Peor aún en una suerte de embudo que resultó ser ideal para una emboscada. Ese descuido resultó fatal.
Pero incidentes parecidos brotan permanentemente por estas regiones.
Paralizaciones, tomas de carreteras, huelgas, desmanes de todo tipo son parte de la agenda común. A esto se suma que, por lo general, la cobertura noticiosa está pendiente de estos hechos antes que destacar lo positivo que también se genera en estos territorios. Aquello no ayuda para revitalizar la imagen de la Región.
Todo este rebulicio erosiona los esfuerzos de enderezar el rumbo de nuestras sociedades. ¿Quién se atreve a invertir en sitios en los que esta clase de incidentes están al orden del día y no existe sanción para los responsables? ¿Será que por ello las estimaciones de los gobiernos de recibir ingentes recursos vía inversión foránea no se materializan?
Y en Ecuador esperanzados que recibiremos 17000 millones de inversión fresca cuando, siendo generosos, los años anteriores registran apenas un millar en cada ejercicio. Incalificable.