Tras una década de despilfarro, cuando aparecen los problemas en la obra ejecutada y se constata que el saqueo de las arcas públicas ha sido inconmensurable, recién se alzan las voces que reclaman por lo que perciben ha sido un fiasco y un engaño de magnitud. Sin embargo, en su momento, hicieron todo lo que estuvo a su alcance para desprestigiar un modelo que planteaba que las obras de infraestructura podían ejecutarse con el concurso privado, sin poner en riesgo los capitales públicos y destinarlos a lo esencial: seguridad, educación y salud. Ahora todos se conduelen de lo que se venía venir. Una obra faraónica con sobreprecios y construida con estándares de pacotilla. Allí está el barco insignia, una hidroeléctrica edificada por encima de su real capacidad de generación. Un desperdicio sobre el que nadie rinde cuentas y que en su tiempo recibió aplausos de todo el mundo, principalmente porque era una obra estatal realizada con el dinero de todos los ciudadanos. Si el diseño engañoso permitía en el papel duplicar la producción, entonces había que aprovechar la oportunidad de suscribir un contrato gigantesco impulsado por ágiles facilitadores, que seguramente se segregaron una tajada. Al final del cuento, realizadas las fiscalizaciones, sale a la luz que se usaron materiales que no cumplían las normas técnicas exigidas en esta clase de proyectos, las fisuras se cuentan por miles y se confirma que el caudal de agua no abastece para producir la energía programada.
¿Quién responde por este cúmulo de negligencias? Y no es la única. Allí reposan otros ejemplos en el mismo sector eléctrico, donde hay obras inconclusas o serios cuestionamientos porque su costo final rebasó significativamente el programado. Y ni qué decir en hidrocarburos. En la costa está el santuario a la ineptitud llamado Refinería del Pacífico, en la que se utilizaron alrededor de 1 500 millones de dólares para dejar una explanada hasta ahora inservible.
Todo por el modelo escogido. Se desaprobó la posibilidad de que esta clase de trabajos los realice el sector privado tildándolos de estratégicos. Se alegaron supuestas lesiones a la soberanía si capitales foráneos invertían en estos sectores. Un lector acucioso puede revisar en el oráculo informático ejemplos reveladores. En suelo estadounidense opera una empresa de energía privada que posee una capacidad de generación que casi quintuplica la capacidad instalada de todo nuestro país. ¿Está en riesgo la soberanía energética de EE.UU. por aquello?
Es lamentable que el sesgo ideológico tan arraigado en el Ecuador nos haya conducido a esta situación. Pero pese a todo, una significativa mayoría de ecuatorianos prefiere que se mantengan en manos estatales estas empresas antes de que pasen a manos privadas, aunque éstas pierdan y sean una carga para la caja fiscal. Habrá que esperar que la dura lección aprendida al menos sirva para modificar una percepción que ha significado tantos recursos desperdiciados.