El que supuestamente iba a ser el inicio de un nuevo mandato constitucional para intentar perpetuar el desafuero y los disparates, quizá terminó convirtiéndose en el comienzo del fin.
La dictadura venezolana, atrabiliaria e incompetente a extremos inusitados, con la pretensión de mantenerse en el poder a cualquier precio rebasó los niveles de tolerancia de la comunidad internacional, la cual ventajosamente desistió de permanecer impávida ante la crisis humanitaria que experimenta el pueblo venezolano y que ha provocado un éxodo impensable del otrora rico estado del Caribe, en el que la escasez de alimentos y medicinas ha llevado a la población a la angustia y la desesperanza. El malestar ciudadano se ha convertido en el combustible que alimenta la rebelión. Una protesta legítima por recobrar la democracia y por recuperar la libertad arrebatada por una cúpula inescrupulosa, que no ha dudado en organizar milicias armadas encargadas de atacar y agredir a todo aquel que disienta con ese proyecto totalitario.
Era previsible que sólo a través de la fuerza y la amenaza un régimen de esa naturaleza pueda sostenerse, luego de haber provocado el descalabro que ahora experimentan en suelo llanero. El miedo a enfrentar a la decisión popular libremente expresada en las urnas les ha conducido a tornarse más reaccionarios y violentos, eliminando cualquier vestigio de legitimidad para convertirse en simples usurpadores.
Pero ahora se ha abierto una oportunidad para terminar con el experimento totalitario. Maduro y los suyos no se esperaban una reacción de la oposición que domina la Asamblea Nacional, institución que representa el último resquicio de legitimidad producto de unos comicios que en su momento revelaron la fatiga de la población con el régimen tropical y rocambolesco que arrasó una de las economías más potentes de la Región, la cual increpa los resultados de un proceso electoral viciado que no permitió la participación de los políticos contrarios al régimen y la posibilidad que la mayoría de la población ejercite su derecho al voto de forma libre y voluntaria. Esos comicios espurios son los que ahora invocan los totalitarios para pretender justificar su permanencia en el poder.
Desubicados por el desarrollo de los sucesos han retornado a la proclama y al discurso descalificador. Se han encontrado además con que decenas de países no les reconocen como poder legítimo y buscan tratar directamente con el gobierno provisional que, según el mandato constitucional, tiene la obligación de convocar a que se celebren nuevos comicios.
Si no fuere por el empecinamiento de la dictadura y el apoyo de un segmento de unas Fuerzas Armadas serviles a un régimen, que les ha permitido cometer un sinnúmero de fechorías, la crisis política se resolvería rápidamente permitiendo que la población elija libremente a sus gobernantes en un proceso en el que estén representadas todas las fuerzas políticas. El pánico a la posibilidad de rendir cuentas por sus desafueros los inmoviliza. ¿Hora de la libertad?