La intentona golpista de hace tres semanas tuvo ciertas cosas buenas. Tuvo muchas cosas malas, pero también hubo buenas. Pocas, pero buenas.
La primera, la más importante, es que los chicos malos ya perdieron el factor sorpresa. Ya no nos van a sorprender. Sabemos que quieren destruir la democracia y que lo van a seguir intentando. Ahora ya lo sabemos y al próximo intento vamos a reaccionar mucho más rápido.
Ahora es público y notorio que van a tratar de aprovecharse de la más mínima protesta, que van a tratar de subirse en cualquier reclamo popular, que van a tratar de instrumentalizar cualquier foco de descontento que encuentren. Por eso vamos a ver con otros ojos cualquier marcha, cualquier huelga futura.
La segunda cosa buena es que todos se sacaron la máscara y sabemos de qué lado está cada uno. Lo intuíamos, pero ahora ya sabemos cuáles son los golpistas, cuáles son los tibios, cuales los que están en campaña y cuáles siempre estuvieron defendiendo a la democracia. Y si a alguien no le gusta este párrafo, es porque le calza alguno de los guantes aquí lanzados.
Es tan evidente quiénes son los que querían destruir la democracia, que algunos están prófugos, otros presos y varios asilados.
Hoy estamos conscientes que hay células insurgentes pagadas desde Venezuela y Cuba, dictaduras que prefieren usar su dinero infiltrando agentes en otras latitudes que alimentando a los habitantes de sus propios países. Y también sabemos que el gobierno mexicano les abrió su embajada, algo que nos debería llevar a repensar las relaciones con ese país. Ellos también se sacaron la máscara.
El ataque a la Contraloría hizo evidente que los más interesados en apoyar las protestas son los que tienen procesos judiciales en su contra. Probablemente sólo el 1% de la población de Quito sabía cómo llegar al edificio de la Contraloría, pero para los corruptos su ubicación y su misma existencia es algo que no pueden sacar de sus mentes. Eso deja aún más en evidencia quiénes estuvieron detrás de los problemas.
A estas alturas nadie duda que estamos en una guerra mediática en la que las noticias falsas o distorsionadas abundan y en la que supuestos expertos dicen barbaridades, repetidas sin análisis por sus ciegos acólitos.
Ya sabemos que están ahí, quiénes son, cómo mienten y quienes los apoyan, cuatro datos útiles.
Pero hay algo adicional: aquellos que estamos con la democracia, ahora sabemos en quiénes podemos confiar y vamos a unirnos más. Esa unidad va a ser clave para que el país salga adelante, pues ya sabemos que, además de heredar un país con una economía llena de problemas, este Gobierno también recibió de su antecesor una sociedad fracturada. E infiltrada.