Es una lástima que poco haya cambiado en algunas playas manabitas, después del terremoto del 2016. Esa tragedia, después de todo, fue una oportunidad para empezar todo desde cero con el fin de mejorar y hacer bien las cosas.
Pues bien, eso no ha sucedido. Pongamos ejemplos: Canoa, Briceño, Jama, Bahía de Caráquez, Pedernales, por citar algunos.
Los turistas llegan entusiasmados a sus playas, sobre todo a las del cantón San Vicente, porque realmente sus paisajes son atractivos para descansar.
Hasta ahí todo va bien, pero el encanto se esfuma cuando los turistas necesitan alimentarse, usar sanitarios y áreas de duchas; o cuando se enfrentan al caos vehicular en Canoa, donde cada uno circula como quiere y por donde quiere. Menos mal, el servicio de recolección de basura ha mejorado.
La peor experiencia que una mamá o papá turista puede experimentar cuando está de paso por Canoa, Briceño o Jama es encontrarse un baño con pisos cubiertos por una capa verdosa y sin puertas (los plásticos hacen las veces de portones), o duchas en las mismas condiciones.
Antes del terremoto, en Canoa ya había ese problema y dos años después sigue igual. Pareciera que ninguna autoridad, de turismo, municipal o de salud, se ha dado una vuelta para verificar lo mal que están, pero también para apoyarlos.
La oportunidad aún no se ha perdido para planificar y capacitar a los emprendedores, hoteleros, dueños de restaurantes y otros prestadores de servicios. Tras el sismo hubo capacitación, pero no ha sido permanente.
Es necesario hacerlo, en vista de que la cantidad de viajeros ha subido. Por mencionar un dato: a Briceño llegaron 10 000 personas el año pasado frente a las 7 000 del 2015 y 2016, según la Prefectura de Manabí.
Canoa, Briceño y Jama son destinos en pleno crecimiento, por lo que es una prioridad acompañarlos, así como se ha hecho con Manta, Puerto López y otros sitios que ofrecen turismo de calidad.