No fracasan la izquierda ni la derecha, tampoco fracasan el socialismo o el liberalismo; fracasan los malos gobiernos por falta de liderazgo. Los buenos saben lo que deben hacer y cumplen sus promesas, inspiran a sus ciudadanos y los conducen con sagacidad hacia los objetivos trazados. El premio para el buen gobernante es el respaldo popular, el castigo para el malo es la falta de fe en su palabra y la constante caída de los índices de popularidad.
No importa si el líder ha sido elegido en las urnas con el voto de la mayoría, ni tiene importancia que haya iniciado con altos índices de credibilidad y respaldo a su gestión, cuando el modelo económico no funciona, los pueblos huelen la debilidad de su líder y le someten al cruel ambiente de la indiferencia. Cualquier medida que adopte es recibida con poca fe y está destinada al fracaso. Es comprensible que el pueblo rechace a quien eligió, cuando descubre que le vendió un modelo que luego no tuvo la entereza de aplicar y dictó medidas económicas a medias y a destiempo. No importa que haya recibido el país en crisis y que haya heredado un desastre, los ciudadanos no son expertos en economía pero advierten la complejidad de los problemas y esperaban que el líder los resuelva.
Empezó mal desde que mantuvo al enemigo dentro de su gobierno y ocultó la gravedad de la crisis. También resultó fatal que sea manso con la corrupción. Terminó llevando al pueblo a una decisión fatal: castigar al culpable de su penuria actual o castigar a los ladrones del pasado. El pueblo elige lo primero.
No se puede reprochar al pueblo que le haya quitado su apoyo porque después de criticar al gobierno anterior por el endeudamiento, siguió contratando deuda. Ofreció crear puestos de trabajo y el nivel de desempleo sigue igual. También los niveles de pobreza siguen donde los dejó el gobierno anterior. Firmó un acuerdo con el FMI pero no pudo cumplir los compromisos y empezó a cambiar las metas. Cuando todos debieron estar concentrados en la solución de los problemas económicos, en el gobierno se entregaron a juegos políticos de distracción. Todos ven que su Presidente ya no tiene arrestos para remontar una administración perdida.
Ahora todos se preguntan: ¿podrá terminar su mandato? Pero, aunque sea un gobierno inepto que deshace la mitad de lo que hace, aunque sea un líder ordinario tratando de resolver problemas extraordinarios, es infinitamente mejor que el anterior; el respeto al estado de derecho es, por sí solo, una enorme diferencia, aunque la multitud no lo valore y permita vociferar a los ladrones: “vamos a volver”La política latinoamericana es incomprensible, los buenos son rechazados y los malos son aclamados. El derrotado Presidente argentino tratará de hacer en dos meses lo que no pudo hacer en casi cuatro años para evitar el retorno de la horda peronista.