En octubre de 2012, esta extraordinaria joven paquistaní fue atacada vilmente por un miembro del Talibán que quiso matarla, seguramente creyendo que si ella moría, moriría todo lo que ella representa. No solo que Malala no murió, sino que su valentía, fortaleza y claridad de propósito le han permitido seguir en su lucha, y han servido de extraordinaria inspiración.
Primero para millones de jóvenes mujeres en el mundo cuya principal aspiración es la misma que la de ella –acceso a una educación que les permita ser libres de la marginación, la dependencia y el abuso a los que están sometidas las mujeres, no solo en Pakistán y en Afganistán, sino en muchos otros lugares del mundo; y ser también libres para sentirse dignas, pensar, discrepar, definir su propio futuro, alcanzar a plenitud su humanidad.
Segundo, para millones de otros seres humanos, hombres y mujeres de todas las edades que aspiran a rescatar su dignidad y ser libres de sometimientos y abusos por parte de quienes, de mil maneras, se imponen sobre ellos: padres, profesores, sacerdotes impúdicos, jefes, autoridades políticas.
Tercero, para todos quienes de cientos de maneras participamos de la lucha por la libertad y la dignidad humana, lucha que, como ha demostrado Malala, no necesita y no debe ser violenta o violatoria de la dignidad de quienes se oponen a nosotros, sino debe basarse en criterios, en el diálogo, en el ejemplo de la no violencia, y debe impulsar la sana voluntad de acoger nuevas ideas.
Ahora se anuncia que Malala estudiará en Oxford, una de las más prestigiosas universidades del mundo. Es un logro importante para ella, como lo fue el hecho que ganó el Premio Nobel de la Paz en 2014. Pero, entre tanto, ¿qué están y estamos logrando todos esos millones de personas a quienes Malala nos inspira? La realidad del pueblo venezolano es aún más dramática de lo que era hace unas semanas. En Estados Unidos resurgen el “nacionalismo blanco” y el “neonazismo”. España sufre el atroz ataque terrorista de Barcelona, y un terrorista islámico declara que los ataques no cesarán hasta que se restablezca el poder del Islam sobre esas tierras.
Ofrezco mi diagnóstico. No es suficiente que nos regocijemos de que existe una Malala Yuazafsai, sintamos momentos de “inspiración”, aplaudamos sus hazañas y éxitos, pero sigamos indiferentes a injusticias y atropellos, y muy especialmente a los que podríamos hacer algo para frenar. En Venezuela, en el Ecuador, en el Congreso de los Estados Unidos están personas cercanas al poder, o con influencia, que en conciencia saben que lo que está ocurriendo a su alrededor es intolerable, pero lo siguen tolerando porque les conviene, o porque no tienen la valentía para oponerse.
Lo que más debe inspirar Malala es la valentía de quienes desean rescatar su dignidad.