En estos días pensé que los escritores sirven para cosas distintas. Se usan para dejarle mensajes a una enamorada en una pared de una calle cualquiera con alguno de sus versos, o para demostrar el poder infinito e inequívoco de un dictador. Es el caso de Jorge Luis Borges.
En un remanso de Altamira el amor conquistó una pared en ruinas. El grafiti durante días dejó constancia que, como advertía Borges en su poema “1964’’: “Ya no es mágico el mundo. Te han dejado”. Uno podría preguntarse cuántas veces pasó frente a esta declaración apasionada el destinatario de semejante elocuencia. Infinitas, tal vez. Como sucede con tantas otras distracciones, quizás nunca llegó a advertir que esas palabras iban dirigidas al corazón de sus sentimientos. Lo que habría que pensar es que perdieron los dos. Aunque tan solo uno de ellos se atreva a aceptar lo que también aceptó Borges: “Yo, que tantos hombres he sido, no he sido Aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach”. Pero debo reconocer que perdieron los peatones, porque el dueño de la casa decidió sacudirse tanta lloradera y pintó el muro.
Paredes en el mundo pintadas con frases de Borges hay muchas. Ataques de un dictador en su contra pueden contarse con la mano, pero existen y refieren el odio que puede profesar un político por su adversario, aun cuando este sea ciego, pobre y bastante inofensivo.
Cuando uno camina sobre la historia, resulta inevitable iluminar el presente. No me cabe duda cuando pienso en 1946. Ya está Perón en el poder y una de sus victorias elocuentes, esas que enamoraba a las masas más resentidas, fue designar inspector de gallinas y conejos a Borges en el mercado municipal de Buenos Aires. En ese año Jorge Luis Borges no representaba a la figura literaria que hoy se alza en la historia de la literatura. Era leído por una élite argentina y algunos conocedores extranjeros. Ya había publicado Inquisiciones, El idioma de los argentinos, Discusión, Historia universal de la infamia, Historia de la eternidad y El jardín de los senderos que se bifurcan… Pero en ese momento era un intelectual que vivía de un trabajo menor (auxiliar) en la biblioteca municipal Miguel Cané. Juan Domingo Perón ya había dispersado todas las dudas sobre su poder político y ganó las elecciones en 1946. Entre los intelectuales argentinos existía desconfianza por lo que podía ocurrir. Se había producido un golpe de estado (1943) y luego aparecía esta figura militar (Perón) que tenía nexos crecientes con el sindicalismo de izquierda.
En ese momento Borges estaba del lado de los aliados que luchaban en Europa por vencer las fuerzas alemanas. En cambio, el Gobierno argentino se mantuvo neutral, y así como recibió a muchos exilados judíos, dejó entrar a nazis escapados con fortunas.
Borges renunció a tan noble cargo, para dedicarse a escribir. Dos años más tarde, en 1948, la policía detuvo en la popular calle de Buenos Aires, Florida, a unas señoras que pedían libertad para los presos políticos.
Allí se encontraba la madre de Borges.
Sergio Dahbar
El Nacional, Venezuela, GDA