Ha muerto Quino. Mafalda está intacta en nuestra memoria y, con ella, sobreviven personajes plasmados en viñetas que aluden a todos los niños del mundo y, por cierto, a nosotros, cuando teníamos libertad para hacer a pie el camino a la escuela, entablar amistades en la calle, descubrir el encanto del parque y la humildad de la acera, en esas ciudades que han desaparecido como espacios amables, vecindarios conocidos y cercanías familiares. Mafalda trae el recuerdo de los días en que los periódicos se leían en la paz del desayuno.
Mafalda se queda en sus estampas, en lo que dijo y en lo que repite cada vez que leemos sus monólogos y diálogos. Mafalda permanece, sin morir ni caducar, como testimonio de humanidad y sencillez, refugio de inteligencia, gracia y serenidad. Mafalda es la certeza de que, en las peores circunstancias, es posible preservar la alegría y dibujar, o escribir, sin contaminarse con la maldad, y que, pese a las convulsiones del mundo, hay respuestas en un gesto, una palabra o un ademán. Gestos y palabras, espacios para la intimidad y el sentido común que creó Quino.
Mafalda debe estar acusando la tristeza de que Quino haya partido, tristeza de quienes encontrábamos en sus peripecias y travesuras la posibilidad de intuir la sociedad, la familia, e incluso la política, a través de la vida imaginaria de una niña universal, contestataria e impredecible, a la que acompañaron siempre la incurable vocación romántica de Susanita, los despistes de Felipe el soñador, el sentido libertario de la mínima Libertad, el pragmatismo de Manolito y el desenfado de Miguelito.
Mafalda –Quino- tuvo el talento necesario para reflejar el mundo con sabiduría, y con la índole propia de los seres limpios. Lo hizo retratando la sociedad desde una casa de clase media, entre bromas y reflexiones, travesuras de barrio y niños soñadores. Es la crónica de un tiempo visto desde la ventana del humor y el umbral de la simpatía.
Como dice una caricatura difundida con motivo de la muerte del genial dibujante, Mafalda se quedó por acá, y Quino se fue. Nos dejó el testamento de su sensibilidad, sentido crítico y genialidad para interpretar las cosas con rasgos y diálogos de personajes sencillos que dicen más que muchos sujetos de oropel que inundan las pantallas y nos agobian desde el poder. Mafalda dijo, por ejemplo: ¿Y no será que en este mundo hay cada vez más gente y menos personas?
Ahora, con la muerte de Quino, advertimos cierta nostalgia por lo que evocan sus personajes. Él nos hizo entender, a través de viñetas y diálogos, que el humor puede ser filosofía. Para mi generación y la de nuestros hijos, Mafalda es una especie de hecho histórico que, de tiempo en tiempo, permite que entre aire fresco a la vida.