Las maestras y los maestros del país están contentos al ver que una de sus añejas reivindicaciones, la equiparación salarial, se realiza. Es un escalón más, ya que el objetivo mayor, la mejora integral de la educación, está muy lejos de conseguirse.
Sin embargo, el logro es importante, y debería ser valorado y entendido. Los docentes, sean o no agremiados, deberían reconocer que el triunfo, que es la superación de una situación de injusticia, no se hubiera obtenido sin lucha. La experiencia vivida ratifica la historia de los movimientos sociales subalternos del mundo. Sus reivindicaciones y derechos fueron arrancados al Estado, las más de las veces ciegos e insensibles, luego de largas, intensas y sacrificadas acciones en las que unas veces perdieron y otras ganaron. Esta vez se ganó.
Y aquí hay que destacar la constancia del gremio, la UNE, de su decisión y persistencia memorable, como la de sostener huelgas de hambre, de por sí medidas en extremo sacrificadas en circunstancias normales, pero mucho más peligrosas para la vida de quienes las asumen, si se las realiza en medio de una pandemia.
Superando el planfletarismo, fue relevante que la movilización fuera acompañada de argumentos concisos desde la lógica y el derecho, teniendo efectos positivos en las decisiones de una Corte Constitucional serena y coherente con la Carta Magna.
El cumplimiento de la equiparación significa un gran esfuerzo fiscal, que va a ser compensado con mayor esfuerzo de parte de los docentes, sin embargo, el país debe saber que el sistema educativo adolece de viejos y costosos problemas encubiertos. Se va a requerir de una mayor inversión, pero también de mejoramiento del gasto y racionalización de la maquinaria burocrática que fue engordada sin sentido técnico.
Los docentes deben asimilar este triunfo con serenidad, humildad y responsabilidad. Que la misma energía invertida en esta lucha continúe para desatar un movimiento, que junto a otros actores nos lleve a cambiar y mejorar la educación.