En diplomacia las formas muchas veces son el fondo. Las formalidades que utilicen sus actores, sean hechos o palabras, pueden incidir en el resultado de una gestión política. Esto porque esos actores representan Estados u organizaciones de Estados. Hace unos días, el secretario general de la (Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, dirigió una carta oficial al Presidente de Venezuela en términos impropios a su alta función y aún más impropios a la de su alto destinatario, sea de su simpatía o no.
El propósito de la comunicación y los términos en que está escrita pudieron ser diferentes. Primero, el Secretario de la OEA, en su misiva, divulgada por canales oficiales de la Organización, nunca debió tutear a un Jefe de Estado de un país miembro, por más amigos que sean por haber coincidido como cancilleres de Venezuela y Uruguay por años. Ello no justifica un trato coloquial en una nota oficial y más aún sobre un tema tan sensible para toda la región. Segundo, las palabras escogidas para recriminar lo dicho por el presidente Maduro no corresponden a un funcionario internacional de tan elevada jerarquía.
Lo mismo que dijo Almagro pudo decirlo en un tono elevado y en otras palabras igualmente firmes. Así, estoy seguro habría tenido mucho mayor impacto ante Venezuela y entre los países del sistema interamericano al que representa.
Que Maduro le haya llamado “traidor” y “agente de la CIA” es inaceptable y debía ser rechazado, pero no de esa forma. Y, debo advertir, yo coincido con Almagro en el contenido de su comunicación y en su condena al agravio recibido.
El Secretario General de la OEA no debe olvidar que es funcionario de una organización de países y que fue elegido para que los represente a todos, sin importar su orientación política, y haga valer la Carta constitutiva. No ha sido elegido por un pueblo ni representa a un Estado soberano. Al asumir una posición tan inapropiada en términos formales se autoexcluye como mediador en la crisis venezolana y excluye a la Organización como partícipe del diálogo. La OEA no es más, por ahora, interlocutora de Venezuela.
No sorprende que el acercamiento de las partes en conflicto en Venezuela, como está sucediendo ya en Santo Domingo, se dé ahora entre enviados de otros países, uno de fuera de la región como España, bajo el paraguas de la Unasur. El Secretario de la OEA ni siquiera está informado peor aún presente. Lo único que le queda a Almagro es buscar, sin tener la seguridad de conseguirla, la aplicación de la Cláusula Democrática para expulsar a Caracas de la OEA, hecho que, en consideración a la impotencia de la Organización no tendrá efecto alguno y quedará en papel mojado.
A Luis Almagro se le fue la mano y ha debilitado aún más a la OEA.