Hace un par de semanas el Presidente Lasso lanzó una nueva estrategia: las visitas relámpago a hospitales públicos. Las inició en Monte Sinaí de Guayaquil. Advirtió que sería una medida permanente… Ha sido bienvenida la iniciativa de acercarse y conocer en directo los problemas cotidianos de la gente.
La estrategia, sin embargo, revela 3 vacíos. Uno, las altas esferas carecen de información completa (no siguen las noticias). Dos, el fracaso de la misión encomendada al Vicepresidente que hiciera ya recorridos y ofrecimientos. Y tres, la ausencia de mecanismos institucionales que aseguren su eficiencia y transparencia. Sin visitas sorpresivas.
No estaría mal aprovechar a los visitadores en otras esferas. Por ejemplo a servicios públicos: cédulas, pasaportes, licencias; seguramente comprobarían el maltrato de las burocracias. Visitas a las centros educativos serían beneficiosas; mostrarían las condiciones de infraestructura y con ojo fino, la relevancia y métodos de aprendizaje, las relaciones… Reducirían al menos el discurso triunfalista dominante.
Los visitadores tendrían mucho trabajo. Podrían apreciar labores de ministerios, estado de vías, edificios abandonados, condiciones de mercados y botaderos, trabajo informal, contaminación, construcciones peligrosas, tráfico asfixiante. No incluimos cárceles ni barrios calientes por razones de seguridad.
Serían valiosas 3 visitas relámpago especiales: a gobiernos locales, a la Asamblea y al Poder Judicial. Las sorpresas serían enormes. Conocimiento sobre su misión, prioridades (lo del bizcocho por ejemplo), manejo del poder, procesos, leguleyadas…
Las visitas sorpresa no deben limitarse a comprobar lo conocido. Precisan establecer compromisos, planes operativos y rendición de cuentas. Caso contrario, quedarán como buenas intenciones o medidas efectistas. Deben ser, además, excepcionales. Las instituciones tienen obligación de cumplir sus mandatos sin pesquisas. La eficiencia y autocontrol deberían estar incorporadas a su ADN.