La política no es lo mismo que el poder; la política se ocupa de los asuntos públicos, busca el diálogo con todos, propone soluciones para los problemas de la sociedad. El poder es la conducción del Estado, es esencialmente coercitivo y excluye a los adversarios.
Los intelectuales no siempre se hacen cargo de esta diferencia y, con frecuencia, pretenden influir con sus ideas desde el poder. En teoría, el mejor gobernante sería el filósofo, como sostenía Platón; pero en la práctica, los gobernantes y los intelectuales se ubican en extremos diferentes de la realidad. Los gobernantes pisan el terreno de la certeza, los filósofos se mueven en el ámbito de la duda. Para tratar de superar esta brecha y eludir las presiones de sus colegas, Octavio Paz prefería llamarse escritor y no intelectual, como explica Raymundo García en su estudio, pero, igual que muchos intelectuales, Paz terminó haciendo política cerca del poder.
Con el periodismo ocurre algo parecido. Los mejores periodistas, los más influyentes, son atraídos por los políticos y algunos terminan cerca del poder. Los medios, en sus mejores días, eran considerados por los políticos como fabricantes o destructores de líderes, por eso temían a los periodistas. Los gobernantes más sagaces nombraron embajadores o ministros a los periodistas que consideraban peligrosos.
Los días del periodismo pasaron y los políticos decidieron eliminar la mediación y establecer relaciones directas con el pueblo convirtiéndose en comunicadores. Con el populismo llegó este proceso al clímax. Con medios oficiales a sus órdenes, periodistas dispuestos a hacer política y leyes que ejercían controles e infundían temores, el populismo manipuló la información, achicó a los medios privados y amedrentó a los periodistas independientes.
Las relaciones entre periodismo y poder político han sido siempre traumáticas porque está en la esencia del poder la censura y es la esencia del periodismo la libertad. El examen de la historia ecuatoriana desde el punto de vista del periodismo es lo que nos propone Wellington Toapanta en el libro que acaba de publicar esta semana “Ecuador: Huellas de la Prensa. Notas históricas”. Wellington Toapanta es un periodista con oficio, por eso nos entrega una obra necesaria para los comunicadores, útil para los estudiantes, atractiva para los académicos y los políticos. La reflexión sobre las relaciones entre poder político y periodismo es necesaria porque la crisis, de los partidos y de los medios, reclama nuevos modelos y mejores instituciones para afrontar los retos del mundo actual. La obra de Toapanta cumple las condiciones del periodismo que reclamaba Darío Arismendi al recibir el premio Ortega y Gasset a la mejor trayectoria profesional: “Un periodismo que se dedique a construir, no a destruir, con un lenguaje que serene y no incendie, que descubra en lugar de encubrir, que sea útil a la sociedad, que ayude a comprender y a reflexionar”.