Parece que no. Al menos eso es lo que podemos concluir de la simple observación de lo que sucede actualmente en América Latina.
El editorial ‘Todo poder tiene límite’, publicado el pasado domingo en el Diario brasileño Folha de Sao Paulo, ha puesto el dedo en la llaga. No tanto por expresar abiertamente su apoyo al candidato opositor, José Serra, sino porque una vez más la prensa independiente cuestiona al poder.
En el editorial en cuestión se reconocen los logros del presidente Lula durante sus ocho años de gestión. Eso no se pone en duda. Sin embargo, se cuestiona y afirma que el actual Gobierno no puede ubicarse por encima de las críticas. “El derecho de investigar, dudar y discrepar de la autoridad pública es el núcleo de la democracia. Esto no se resume a la preponderancia de la voluntad de la mayoría”.
Lo que se pone en cuestión es justamente esto. La idea cada vez más generalizada en América Latina -Argentina, Venezuela, Ecuador, Colombia (me refiero a Uribe) y Bolivia- de creer que ganando una elección se adquiere el derecho de gobernar de manera arbitraria. Me refiero a la idea de “democracia delegativa” de Guillermo O’Donnell.
Este gobernar como les plazca se basa en una forma torcida y malintencionada de interpretar el mandato popular. Es decir, no importa cuán corrupto pueda ser un gobierno que, si tiene apoyo popular, tiene la bendición de Dios. Lo esencial es tener a la población entretenida, darle algo de circo, bonos, ilusiones y mentiras.
Lo que ha puesto en evidencia el editorial -algo que ha incomodado a Lula- es la transparencia e idoneidad de la candidata presidencial de su Partido (PT), Dilma Rousseff. La ex colaboradora de Rouseff, Erenice Guerra, tuvo que renunciar en días pasados de la Jefatura del Gabinete Ministerial de Brasil por serias acusaciones de un supuesto tráfico de influencias. Con estos antecedentes, ¿quién puede confiar en una presidenta como Rouseff?
Da la impresión que a medida que la prensa toca temas sensibles de los gobiernos, especialmente casos de corrupción, tiende a politizarse el papel de los medios. En países donde se ha neutralizado a la oposición o se ha anulado el control de otros poderes del Estado, no es que los medios aparezcan como un nuevo actor político sino que es el régimen de turno quien los politiza.
La democracia aún brilla por su ausencia en casi toda la región. No es solo éxito económico al estilo Lula. No es solo altos niveles de popularidad producto bonos y limosnas al estilo de Correa. Es plena vigencia de los derechos. Hago énfasis en el derecho a dudar y discrepar. En suma, hablo de democracia en el sentido de que el poder debe tener límites. No es cheque en blanco para nadie.