Relato en primera persona. Llegué a las 07:30, media hora antes de que las oficinas comiencen a atender y por lo menos unas 150 personas habían madrugado antes que yo. Creí que no saldría en menos de dos días hasta conseguir la renovación de mi licencia para conducir.
¡Sorpresa! La atención en la Comisión Provincial de Pichincha (Agencia de Tránsito Occidental) comenzó a las 08:00 en punto, los que aguardábamos en la calle comenzamos a avanzar, la fila se acortaba y la esperanza de ser atendidos revivía. Por mi mente se cruzaba el vía crucis de años anteriores cuando se perdía un día entero o un día y medio de trabajo por causa de la renovación del documento.
Nueva sorpresa. Una persona, en tono amable, pedía que tuviéramos a la mano todos los documentos. Una mujer con su elegante vestimenta indígena, muy atenta, revisó los documentos y me indicó dónde debía esperar para pagar la renovación y al mismo tiempo someterme al examen visual. Hasta aquí, y pese a la enorme afluencia de personas, no habían transcurrido más de 20 minutos.
Después del pago, a dar el examen teórico de 20 preguntas en una computadora. Otra prueba superada y en no más de cinco minutos. Hasta que vino lo impredecible, lo que parecía una vuelta al pasado: ¡se fue el sistema!
Me armé de paciencia, la espera valió la pena, la caída no duró más de media hora. Mientras los técnicos reparaban los equipos conversé con un funcionario (casi todos muy jóvenes, tal vez un promedio de 30 años) que contaba cómo habían logrado al fin ensamblar un equipo de trabajo que sea amable con el público y al mismo tiempo profesional y eficiente.
Decía que los compatriotas que regresaban de vivir en España o en otros países aprobaban el examen sin inconvenientes, pero que los que vivimos en el Ecuador nos preocupamos muy poco por conocer las leyes de tránsito.
Son muy frecuentes, comentaba, pedidos como “no sea malito, ayúdeme”. No, quien no estudió, no aprobó, vaya a prepararse y regrese otro día directamente a dar el examen. En el pasado el trato era diferente, humillante. Cómo ha cambiado ahora que este documento lo entregan civiles, reflexionaba otra persona.
Mientras se restablecía el sistema, el que parecía ser el Director de la oficina, personalmente verificaba cómo se trabajaba y daba instrucciones a los empleados. El salón es limpio, los asientos para esperar son cómodos, hay una máquina que procesa café y bebidas gaseosas para calmar la ansiedad o el hambre por no haber desayunado.
Después del examen se pasa a la fotografía, el último requisito antes de obtener la licencia. No pasaron ni cinco minutos de ese trámite y el documento ya estaba listo. De no ser por la caída del sistema y de la coincidencia de que muchos elegimos el mismo día, el trámite no debería durar más de media hora.