El sacrificio de un joven tunecino que reclamaba sus derechos hizo estallar las presiones sociales y dio origen a la primavera árabe, a fines del 2010. La lucha por conquistar la dignidad se convirtió en una ola que arrasó con Ben Alí y Mubarak. Fue necesario más tiempo para derribar a Gadafi, mientras otros regímenes autoritarios como los de Siria y Yemen, siguen amenazados.
Libia enfrenta el difícil camino hacia la reconciliación, la institucionalización, los derechos humanos, la democracia y, finalmente, la paz y el desarrollo. Su estructura tribal, la herencia nefasta de la colonización italiana, la incapacidad de la monarquía y -lo que es peor- 42 años de un Gobierno tiránico y arbitrario, corrupto y violento, son un lastre pesado y difícil de manejar.
El pueblo, acostumbrado por temor o resignación, a una forma única de interpretación de la realidad -la oficial- y, poco entrenado en el ejercicio de las libertades, no sabe cómo reaccionar. Se siente tímido y busca que, desde arriba, le orienten. Acostumbrado a ser conducido, no sabe aún conducir. Pero, al mismo tiempo, la euforia del triunfo le induce a actuar con urgencias. Identificar la línea de reflexión y mesura indispensable para evitar errores resulta difícil. El primer objetivo para Libia será construir la unidad nacional, buscando coincidencias por encima de rivalidades tribales, religiosas o históricas. El Consejo Nacional de Transición así lo ha reconocido y tiene una responsabilidad abrumadora en este aspecto. La unidad debe basarse en la adhesión a principios fundamentales, como el imperio del derecho. En este contexto, fue una tragedia lamentable la forma en que murió Gadafi y condenable la exhibición de sus despojos mortales en un frigorífico público.
Una vez más, la historia demostró que quienes abusan del poder son presas fáciles de la corrupción. Los líderes autoritarios llegan a creer que cumplen una misión y terminan sumidos en la concupiscencia. Así lo demuestran las centenas de millones de dólares acumulados en cuentas personales celosamente guardadas en bancos extranjeros.
Hay que apoyar al nuevo Régimen en Libia. La comunidad internacional debe concebir amplios programas de asistencia, aun a riesgo de que mediante ellos se busque controlar las riquezas del país. El Gobierno libio tendrá la responsabilidad de evitar que esto suceda. En pocos meses se llevarán a cabo elecciones para escoger una Asamblea encargada de redactar la Constitución política, labor de la que en buena medida dependerá el futuro de Libia.
Mientras tanto, el nuevo Gobierno, que ha sido recibido con vítores por el pueblo y que ejerce autoridad en todo el país -aunque subsistan focos favorables al dictador muerto- reúne todos los requisitos para ser reconocido, según el derecho internacional.