La libertad bajo sospecha

Si buscar la verdad es condición innata de la naturaleza humana, ser libre es el impulso que le lleva a cada individuo a escoger un sentido a su vida. La búsqueda de la verdad y el ejercicio de la libertad están indisolublemente unidos. ¿De qué valdría la verdad que me ha sido revelada por la razón si, luego, no tengo la libertad para comunicarla y, peor aún, si existen coerciones que me obligan al silencio? No existe filosofía sin libertad de pensamiento; la libertad es la atmósfera que respira toda forma de cultura. La problemática de la libertad está al inicio de toda filosofía, de todo humanismo porque nos remite a los principios del pensar y el actuar, a la ética, a los valores. El darse cuenta de la trascendencia de esto implicó el arribo a la época moderna.

Sin embargo, cuando la justicia pierde su autonomía, cuando el juez tiembla ante el poder abusivo que, frente a él, lo vigila y lo cohíbe la verdad se esfuma, la libertad se conculca y quien tiene la razón está en peligro. Si el poder controla los medios de expresión de un país y la opinión disidente es sistemáticamente desacreditada, la “verdad” oficial machaconamente repetida, al contrario de lo que se pretende, es receptada por el ciudadano común como una falacia si bien hermosamente maquillada, falacia al fin. La ley se tuerce y acomoda a la conveniencia de quien manda, y en tanto la libertad y la justicia son invocadas desde la grandilocuencia del poder, no obstante, en la vida real, una y otra agonizan en las galeras de la intolerancia. “El hombre –dijo Nietzsche- es la criatura más libre que conozco. Lástima que siempre se lo encuentre encadenado”.

Toda institucionalización de la política entendida como técnica del buen gobierno y arte de lo posible entrará, tarde o temprano, en tensión con la libertad y el cuestionamiento filosófico. En una sociedad democrática cualquier ciudadano en ejercicio de su libertad bien puede expresar conformidad o discrepancia frente a la conducta pública de un mandatario y su gobierno. Tan legítimo como concordar es discordar. Pero ello no ocurre en países en los que se vive una democracia de simple papeleta electoral y mascarada.

Toda libertad es revolucionaria, es herejía que se enfrenta al pensamiento adocenado, a la costumbre que diseca la vida. El germen revolucionario está en la masa, vive en ella, no en el régimen que institucionaliza los ideales. La imaginación es hija de la libertad porque permite al hombre soñar el futuro, proponer utopías. No es extraño, entonces, que el poder desconfíe del pensamiento libre, sospeche del intelectual que lo ejercita, porque es a él a quien le compete el juicio de la realidad; a él, la honesta búsqueda de la verdad sabiendo, además, que esta siempre será esquiva, relativa y parcial. Las utopías prosperan en épocas de oscuridad, sin ellas el hombre no habría salido de las cavernas.

jvaldano@elcomercio.org

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