El proyecto de Ley Orgánica de Profesión Religiosa y de la Ética Laica, que circula por la Red y motiva no pocos comentarios, le revuelve las tripas a cualquiera.
¡Qué mareo! Cierto que en democracia todo puede y debe ser debatido, pero lo que escandaliza y ofende son los términos de la cuestión y, sobre todo, el hecho de que surja en los aledaños del poder…
Creo que es necesario saber si esta es una propuesta de ley del Gobierno o si, por el contrario, se trata de un elemento de intoxicación que entiendo afectaría, en primer lugar, a la credibilidad del propio Gobierno.
El proyecto en cuestión plantea un laicismo cerrado y excluyente que, en nombre de la libertad religiosa y de la ética laica, impide el libre ejercicio de la religión en sus manifestaciones públicas y sociales. qué sentido tiene una religión que no puede expresarse, ajena a cualquier colaboración entre la sociedad civil y el mundo religioso?).
Desde tal concepto de laicismo, ajeno al alma del hombre y del pueblo, las medidas excluyentes y represivas que se toman suponen la muerte de cualquier religión en sus manifestaciones más puras y solidarias (la misión, el testimonio, la educación, las manifestaciones de la piedad popular, la educación, el ejercicio de una pastoral social y solidaria, los signos y las imágenes de una fe inculturada en el alma popular…).
Es algo que choca frontalmente con la realidad de nuestro pueblo, con su idiosincrasia y con su historia. Denota lo lejos que están de nuestro pueblo sencillo y creyente el ponente del proyecto de ley y el grupo ideológico que le rodea. Lejos, muy lejos…
Por mi parte, les he preguntado a las autoridades de mi Provincia Lojana, expertas en devociones marianas, si se verían a sí mismas cumpliendo y haciendo cumplir esta ley o algo que se le pareciera…
¿Qué dirían los millones de hombres y de mujeres, de jóvenes y mayores que acompañan a la Virgen del Cisne, a la Virgen de El Quinche, al Cristo del Consuelo…?
En fin, cada uno tendrá que responderse a sí mismo, pero no sólo en la intimidad de su conciencia. Hay proyectos políticos que exigen posicionamientos políticos, el valor de expresar lo que habita en la conciencia y en el corazón de la persona y del pueblo. No sé si soy ingenuo, pero no creo que Rafael Correa y muchos (muchísimos) hombres y mujeres de Alianza País, hijos de nuestro pueblo y hermanos en la fe del evangelio, puedan promover semejante proyecto de ley.
La fe de nuestro pueblo debería de animarnos a construir entre todos, creyentes y no creyentes, una patria justa y solidaria, libre e incluyente, que trabaje a favor de todos, especialmente de los más pobres.
¿Se imaginan los amigos de Alianza País a monseñor Proaño, a monseñor Luna, y a tantos testigos veraces de nuestra Iglesia, encerrados en la sacristía?
El evangelio no lo consiente y nuestro pueblo, tampoco.
jparrilla@elcomercio.org