A pretexto de un alza de pasajes, cientos de miles se volcaron a las calles de varias ciudades de Brasil. No ha existido mayor variación de los reclamos sucedidos en otros lugares del orbe. La gente se expresa en contra de la falta de oportunidades, del alto costo de los servicios versus la mala calidad de los mismos, las desigualdades existentes, la corrupción de las élites políticas, hechos que son constantes por todo lado. En el caso brasilero la opinión mundial estaba embelesada con el anterior Presidente, un obrero metalúrgico proveniente de la izquierda que, a ojos del mundo, hizo que el gigante diera un salto importante. Muy rápidamente se olvidaron que fue Fernando Henrique Cardoso el que puso los pilares para el crecimiento sostenido de la principal economía sudamericana y que quien le sucedió continuó la ruta. Sin embargo, se pasó por alto que si bien el país se benefició por el entorno mundial favorable por la demanda asiática de materias primas, casa adentro no se corregían problemas de fondo. El principal: la corrupción agobiante del partido gobernante, cuyos escándalos se sucedieron uno tras otro y fue tratado con benevolencia por ser un país administrado por un partido de izquierda.
Debido a su importancia Brasil atrae inversión foránea. Sin embargo, comparado con el tamaño de su economía la que llega es menor, en términos per cápita, que la que reciben otros países de la región. Si bien se publicita que en ese país cerca de un cuarto de la población salió de la pobreza, existen alrededor de cuarenta millones de pobres que viven de lo que pueden rescatar día a día y sin ninguna perspectiva de futuro. El empleo no crece, no se abren oportunidades para lograr la inclusión del inmenso número de desempleados que en penurias y con una escuálida ayuda oficial.
Las altas tasas de interés, una legislación laboral rígida, la maraña legal tributaria tanto federal como la de los diferentes estados y municipios, hacen que no sea fácil atraer capitales. Las personas con recursos prefieren la colocación financiera antes que emprender en negocios, así se evitan complicaciones.
Las compañías que se asientan en suelo brasileño tienen que competir con empresas locales que acceden en otras condiciones a los créditos, más aún si tienen conexiones que les facilitan el camino.
Lo sucedido no es sorpresa. No se trata que el sistema de competencia no funcione, simplemente allá no existe. El gobierno de Fernando Henrique Cardoso trató de poner los cimientos para transformar estas debilidades, pero su tiempo terminó y quienes lo sucedieron en lugar de corregirlas las acentuaron. El resultado está a la vista. La población insatisfecha protesta porque simplemente, pese a las mejoras, están lejos de sentir que transitan hacia el Primer Mundo. Lo perciben y se enfrentan a su dirigencia que con discursos piensa resolverlo todo. Así las soluciones no llegarán.