La base de todo tipo de relación es la lealtad. Una voluntad autocreada de ser firmes en nuestras creencias y principios, equivalente a defender aquello en lo que creemos y en quienes creemos. Es una fuerza natural nacida de la convicción de que lo que hacemos y como pensamos es aquello a lo que nos debemos. Es mantenernos firmes en el principio, sin cambios guiados por la comodidad, conveniencia temporal, ambición económica o de otra índole, menos aún, por “proyectos políticos”, sea cual fuere su nombre, momento o inclinación ideológica. Debemos lealtad a aquello que consideramos importante en nuestras vidas, nuestro país, la familia, amigos, empleados, práctica religiosa o ideológica; lo que nos es importante para una vida de calidad.
El político, hombre o mujer, sin importar si es el más alto ejecutivo o no, sin diferencia por su carné de pertenencia a grupos, movimientos o partidos, se compromete consigo mismo para servir y debería, ante todo, vivir la lealtad en esencia hacia el pueblo, cuya voluntad, supuestamente en estos momentos, es la que manda.
Quien, como político, es leal a intereses personales o grupales y persigue una ambición vanidosa, no merece el título de servidor, verdadera de definición de político, sino de aprovechador. Quien ve una oportunidad egoísta y se lanza a político, debe ser castigado duramente por quienes, creyendo en su sinceridad, le otorguen su voto. Quien negocia su bienestar político a conveniencia, para darse a conocer, mantenerse en la cima de las ideologías o lograr poder, no es leal sino a sí mismo y no debería atreverse a jugar en el campo de la política. Su corta y pobre visión de un país al que cree, todavía, se le puede aprovechar, es pura deslealtad al sentido del servicio y al pueblo que le entrega confianza. Quienes negocian hábilmente sus posiciones e ideologías, dejando de lado principios y logran presidencias o ministerios, alcaldías o subsecretarías desconoce el sentido de la lealtad. Es desleal porque no respeta la vida de sus pares, en iguales condiciones .
La deslealtad de esa persona o grupo, tarde o temprano, pagará su codicia, al ceder ante sus principios en nombre de los intereses. Deberá retirarse por incomodidad, su palabra se desvalorizará y, pronto, se verá fuera de toda lid, sea esta justa o injusta, perderá su espacio público, se encontrará sin poder, y aún más, sin la posibilidad de lograr volver a engrandecerse, envalentonarse, envanecerse de aquello que nunca le perteneció por su falso sentido de lealtad. Todas sus obras, inclusive las que puedan calificarse como positivas, pasarán al olvido sin gloria, porque descuidó que ante todo, ese ser humano que se califica de político, se debe lealmente al pueblo que lo escogió.