Se decía que el mejor general del ejercito ruso era el General Invierno. Porque cuando llegaba podía derrotar a cualquier oponente que se le pusiera el frente, incluso al mismísimo Napoleón. Por eso, si alguien quería ganarle una guerra a Rusia, tenía que hacerlo antes de que llegue el invierno (Napoleón no lo hizo y perdió estrepitosamente).
Hoy, el gobierno está en una guerra que es, básicamente, por sobrevivir y tiene que ganarla antes de que llegue la recesión (versión local del invierno ruso). Si no lo logra, perderá estrepitosamente.
Pero eso no es todo.
La guerra política (aquella en la que el gobierno está inmerso por ahora) parecería que se va a definir con la consulta popular. Sólo cuando el gobierno la gane podrá dedicar sus energías (y su capital político) para enfrentar la guerra económica.
En realidad, si el Presidente logra ganar en las dos preguntas relevantes de la consulta, entonces saldrá lo suficientemente fortalecido como para hacer reformas que vayan incluso más allá de lo económico y podrá meterse en temas como justicia o en las entidades de control y regulación.
Pero mientras tanto toda la energía del gobierno estará centrada en sobrevivir y con seguridad tienen claro que para ganar esta guerra hay límites de tiempo y que cualquier chance de triunfo se diluirá el momento en que el país sienta la recesión económica.
Eso convierte a la lógica electoral que enfrenta el gobierno en un rompecabezas en el sentido literal de la palabra: resolverlo es como para romperle la cabeza a cualquiera, porque ante la inminencia de las elecciones, cualquier medida dura que se tome en el campo económico sería un suicidio político, pero la economía necesita de muchisísimas medidas impopulares para reflotar.
Así, quedaría descartado cualquier ajuste importante al gasto público, cualquier reforma (tributaria, laboral o societaria) que pueda ser impopular o cualquier reducción de impuestos que, además de aumentar el déficit público, podría ser vista como una dádiva para los ricos.
Sólo considerando todo lo anterior se puede entender las tímidas, incompletas y casi contradictorias medidas anunciadas la semana pasada, medidas que no atacan los problemas de fondo, que en algunos casos hasta podrían complicarlos, pero que si fueran diferentes podrían complicar la guerra política, de cuyo éxito depende la sobrevivencia misma del gobierno.
Económicamente analizadas, las medidas son, por decir lo menos, “parches”. Analizadas políticamente son compresas de agua fría que buscan tranquilizar al sector privado mientras se desarrolla la guerra política y se ruega que no llegue el invierno.
Ojalá nada colapse mientras esperamos.