Crecer / envejecer es el proceso de decepcionarse del país, de la política, etc. Viene a mi mente el título del libro con el que mi amigo Andrés Villalba ganó el premio Jorge Carrera Andrade, “No mueras joven, todavía queda gente a quien decepcionar.”
Es más, si el lector busca actualidad o ecuatorianidad este mismo artículo decepcionará (advertencia para que abandone el barco antes de que este se meta por vericuetos más existencialistas). El caso es que estaba entusiasmado por Jacques Lacan. Su obra es una especie de espíritu subyacente a todo el pensamiento contemporáneo. Es como el olor del teatro del mundo de fin del siglo XX – comienzos del XXI.
Es un aire transversal que condiciona la sicología, la apreciación del arte, la política, etc. Para mi mayor asombro esta rotunda influencia la logró escribiendo una obra apenas inteligible. Es como leer un enigma, como descifrar escritura maya, si la escritura maya redefiniera el pensamiento freudiano y lo confiriera de todo su potencial. Es difícil – y groseramente envidiable – imaginar la mente que lo formuló. Además era admirablemente excéntrico, confeccionaba su propia ropa. Vivía en el lugar perfecto de París, elegante pero bohemio, céntrico pero renegado (es decir la Rive Gauche). Era mujeriego y el mundo estaba rendido a sus pies. Más que querer ser como Lacan, casi hubiera abandonado mi identidad en aras de SER Lacan.
Pero Mélanie Klein también me parece fascinante. Un perfil tremendo: inicios del siglo XX, una mujer revoluciona el psicoanálisis al descubrir su aplicabilidad a los niños (como nadie quería prestar los suyos para las sesiones, ¡ella lo hizo con sus propios hijos!), desbancó a todos los mega académicos que pretendían tomar el puesto de Freud. Anna Freud, la mismísima hija del Sigmund, pretendió liderar el movimiento psicoanalítico. Se armó una guerra – en plena Segunda Guerra – en el seno de la British Psychoanalitical Society. ¡No parecía posible que se quite el liderazgo a la familia! Melanie Klein lo logró.
Lacan logró conocer a Klein y convencerle de ser su traductor. Le palabreó, le mostró su currículo y ella aceptó. Pero encargó totalmente el proyecto a otros, únicamente verificando que sabían hablar inglés. Luego reportó que él era el autor de la traducción. Melanie Klein montó en cólera e intentó quitar a Lacan el proyecto, pero el hombre se aferró. “¡Cuántas preocupaciones y engorros me habría ahorrado! Pero … no podía quitársela de las manos a Lacan.”
¿Cómo se entiende que un Jesús del pensamiento contemporáneo sea capaz de semejantes trapicheos? ¿Qué entendemos de los genios? Son las expectativas las que están erradas. Permítanme entonces enmiendo mi frase del inicio. Crecer / envejecer es el proceso de recalibrar las expectativas.