Es una conducta que no compadece con la sinceridad u honestidad impregnada por el hombre en sus trances u omisiones. Es actuar contrario a la decencia, propio de quien ante la imposibilidad de lograr algo por medios honorables, opta por la malicia o temeridad.
La mala fe es “mentirse a uno mismo”, siendo que el individuo camufla incompetencias de las que puede o no estar consciente, pero que las relega de manera impúdica. M. Kundera – en La insoportable levedad del ser – afirma que tener público y pensar en público es vivir en mentira, pues solo es posible vivir en la verdad si vivimos sin público. Quien se siente aludido y por ende defiende su proceder forzando la veracidad subsiste en engaño y disimulo.
Sartre – en El ser y la nada – elabora la materia. Interesa su teorización psico-filosófica. Afirma que la mala fe es manifestación de que “es lo que no es y no es lo que es”. Esto, que suena a trabalenguas, entraña para nosotros la esencia antiética de tal proceder humano… peor que la mentira misma puesto que en la mentira tergiversamos la verdad, mas en la mala fe la adecuamos. En su proyección psíquica, la mala fe del hombre es la angustia de la cual huye.
Nos encontramos ante una fenomenología que, aparejándola a la teoría hegeliana, se desarrolla hasta llegar a la materialización del propósito perseguido. Varios tratadistas del fenómeno abordan a la mala fe como realidad inseparable de la naturaleza del sujeto humano. Y ello en tanto interviene la “conciencia”, la cual el ente “puede” adecuarla a conveniencia. De allí que Sartre habla de “doble propiedad del ser humano”: es una facticidad y una trascendencia.
El tratamiento del tema, como mucho en J. P, es harto complejo y polémico. En su descargo: para Sartre, el ideal de la buena fe es el “en sí”… aquel de la mala fe es el “para sí”. A efectos de mantenernos en la siempre ética “buena fe”, estamos obligados a existir por nosotros mismos y a superarnos. La superación humana es un proceso moral en que trascendamos en nosotros mismos y no para terceros.