Ha sido una constante histórica, la rebeldía de Quito ante los tiranos. Como si sus entrañas volcánicas se hubiesen condensado en el carácter de la gente, haciéndolos ternejos, irreductibles, desobedientes… insumisos.
No basta la reiterada referencia a la revolución quiteña del 10 de agosto de 1809 –origen del nombre “Luz de América”– para ilustrar suficientemente la guía a nivel regional de esta ciudad como bastión de rebeldía ante los abusos. Hay que recordar que en Quito se dio una de las primeras y más significativas sublevaciones contra el poder español, la Rebelión de los Barrios de Quito de 1765, donde en palabras de González Suarez “se levantó contra el mal gobierno, los estancos y la aduana”.
Esta sublevación generó olas de insubordinación que recorrieron toda la región. Según el historiador Boleslao Lewin, esta sublevación fue –junto con los escritos del quiteño Eugenio Espejo– una influencia determinante para la heroica rebelión de Túpac Amaru de 1780, que por poco logra la emancipación del continente entero del yugo español. Así, en la Conmoción Arequipeña de 1780, el 2 de enero un pasquín fue fijado en la puerta de la catedral con el siguiente mensaje:
Quito y Cochabamba se alzó. Y Arequipa ¿por qué no? / La necesidad nos obliga / A quitarle al aduanero la vida / Y a cuantos le den abrigo.
Cuando el mal es de carácter regional, el ánimo rebelde quiteño esta siempre latente, presto a sumarse a las huestes rebeldes de nuestros vecinos. Al respecto cabe recordar un singular hecho que ocurrió en Quito al calor de la rebelión de Túpac Amaru.
Apenas llegaron a la ciudad las noticias del alzamiento, Miguel Tovar y Ugarte redactó una carta dirigida al inca José Gabriel Túpac Amaru animándole a que extienda su rebelión a la ciudad. En la carta parece haber participado también el religioso franciscano fray Mariano Ortega, aunque no hay un consenso entre los historiadores sobre su grado de participación.
La peligrosísima comunicación debía ser escondida en las suelas de unos zapatos especialmente diseñados para la misión, y llevados por el ebanista Jacinto Fajardo. Desgraciadamente, el presidente de la Audiencia, José García de León y Pizarro, se enteró del complot (aquí también hay discrepancias entre los historiadores sobre si esto fue debido a una traición de Fajardo o una denuncia del secretario de la Visita de Quito, Agustín Martín Blas, en cuyo caso el complot sería de mayor envergadura). No llegó la comunicación al Inca, y Tovar pasó el resto de sus días en el calabozo del Castillo de Chagres en Panamá.
El carácter insumiso de la capital se ha mantenido hasta nuestro tiempo, con su apogeo a fines del siglo pasado y comienzos del presente, cuando derrocó a tres regímenes. Los ciudadanos tienen un volcán en su corazón.