Ya nos lo advertían pensadores de las más diversas facciones: “La patria está enferma, muy enferma”, exclamó el escritor conservador ecuatoriano Juan León Mera en 1887, hace casi 150 años. Proponía el alimentarla de una moral severa condimentada con el jugo vital de la doctrina católica. Entonces era la única opción. Sin embargo, en sus “Observaciones sobre la situación actual del Ecuador”, tienen gran actualidad las razones que esgrimió sobre esta “enfermedad” nacional.
Se queja extensamente sobre los malos empleados públicos y los políticos engarzados en los tejes y manejes de una política partidista, poco oportuna y corrupta. La corrupción de la justicia aplicada a unos pocos, los más débiles, el “favoritismo ciego e injusto”. Sus líneas no dejan de subrayar la particular injusticia para con los indios, no solo de los mismos sacerdotes, sino de los gobiernos, los hacendados y los patrones, “sus tiranos”. Y añade algunos comentarios sobre la impunidad reinante y la sustracción de expedientes manejados muchas veces por los mismos abogados o “tinterillos”, como los llama con desdén. Fustiga al vicio maldito de la embriaguez -hoy consumo de drogas-, el juego -hoy el baile de los contratos millonarios-. “La única forma de salvar la patria -añade- es depurarla y mejorar la constitución y las leyes…su aplicación general y rigurosa; autoridad respetable y respetada; educación e instrucción generalizadas en todos los pueblos…moralización del ejército…de la prensa…de los partidos políticos”.
Y aunque actualmente suene demodé, Mera enfatiza el que impere el espíritu sobre la materia, en la dirección prudente y ordenada de los afectos y aspiraciones del corazón, en el predominio de la razón y la justicia. Sorprendentemente anima a los ecuatorianos a que se usen, sin abusar, los dones de la naturaleza.
Concluye que no existe una colectividad organizada (se refiere a los conservadores), que se advierte un proceso de individualización social peligrosa. Palabras que nos tocan como nunca en ésta, nuestra agónica nación.