Alexander Von Humboldt dijo que “Los ecuatorianos son seres raros y únicos: duermen tranquilos en medio de crujientes volcanes, viven pobres en medio de incomparables riquezas y se alegran con música triste.” Bastante justo. Sin embargo, doscientos años después -mientras constato que este país ha estado lejos de cumplir con sus promesas de bienestar y cumplido su potencial- yo añadiría una pirueta adicional: son todos inocentes en medio de tanto robo. Pero, este artículo no va dedicado a esos “inocentes” sino a otros; unos que se tragan la excusa más insólita.
“Mientras no se descubra la plata no se puede acusar de corrupción”. Esa es la fórmula infantil e insultante que supuestamente limpia todas las caras. “Hasta ahora no han podido comprobar la ruta del dinero”, eso dijo la recientemente electa Paola Pavón, en una entrevista hace menos de un mes.
Pues bien, imaginemos que un grupo de piratas aborda un galeón español (de esos que salían de Cartagena, repletos de todo el oro acumulado en las vastas colonias), asesina sanguinariamente a los tripulantes, quema la nave y se lleva los cofres. Lleva el tesoro y lo esconde en una playa recóndita en un islote remoto en el mar Caribe. Pues si seguimos la lógica del correísmo, ¡hasta que no se desentierre el oro, son inocentes!
¡Pobres piratas, víctimas de persecución política! ¡Los acusadores son unos vendidos a los intereses capitalistas y unos traicioneros!
Pues bien, frente a este pútrido conejo que sacan de la chistera para mágicamente desaparecer cualquier atisbo de corrupción, hay que oponer dos puntos. Primero, los crímenes de corrupción no requieren del descubrimiento de los fondos para probarse. En Ecuador hay suficientes indicios como para que haya certezas de los crímenes cometidos, sin que sea necesario descubrir un solo centavo. Segundo, en el mundo actual nada es más fácil que esconder dinero (literalmente, nada). Y, mientras mayores sean las sumas más personas y entidades alrededor del mundo estarán prestas a apoyar con su ocultamiento.
Se ha reportado hasta la saciedad que durante los meses previos al fin de la anterior administración, los aviones presidenciales viajaban en misiones desconocidas a paraísos fiscales. ¿Cuál creen ustedes que es la probabilidad de que -en el corto plazo- logremos identificar el paradero exacto de esas riquezas? ¿Es que acaso esperan que encontremos bolsas con signos de dólares y etiquetadas con nombres de los funcionarios? ¿Es esa la prueba que necesitamos para que se enjuicien las corruptelas ocurridas durante la época correísta?
Por favor señor lector, indígnese. Si algún día alguien, mirándole a los ojos, le dice que “son inocentes porque no se descubre el dinero”, es porque le están viendo la carota de bobo inocente.