Definitivamente, la noción de izquierda se ha modificado sustancialmente durante el último siglo. Sin embargo, si algo la ha acompañado desde sus orígenes jacobinos y marxistas, es una dificultad por combinar adecuadamente su teoría con la praxis; su retórica anticapitalista con su práctica que terminaba siempre no solo por favorecer al capitalismo, sino incluso por potenciarlo. Eso sucedió con el ‘capitalismo de Estado’ o ‘socialismo soviético’. Ilusión que terminaba por mistificar la operación de transformación que la izquierda asumía programáticamente. El mercado permanecía y operaba en los intersticios del Estado, lo penetraba y terminaba por capturar la construcción a los intereses de una burocracia que ‘decía trabajar’ por la revolución y el socialismo.
Lo que Marx había planteado no era la sustitución del mercado por el Estado, sino la transformación del mercado capitalista por otro tipo de mercado en el que la producción no estuviera funcionalizada a la acumulación de capital sino a la satisfacción de la necesidades sociales; una fórmula compleja en su aparente simplicidad, que llamaba a lograr que el mercado o la producción y transacción de bienes contribuyera a satisfacer las demandas de la sociedad; una transformación de la economía que requería de la madurez de la sociedad para construir decisiones que marcharan en esa dirección. La deriva del socialismo real no solamente agotó la posibilidad del desarrollo de esa democracia necesaria, sino que debilitó incluso a las estructuras de la economía, las cuales colapsaron aparatosamente con el mismo régimen.
A partir de la experiencia histórica del colapso soviético emergieron posturas de una izquierda que quería radicalizar la democracia haciendo suyos principios que el liberalismo ya había planteado para garantizar las libertades civiles; sin embargo, su discurso continuó siendo ambiguo en sus relaciones con la institucionalidad: si por un lado elevaba demandas al Estado al cual reconocía como representante del interés público, por otro, desconocía y desvalorizaba los principios básicos de la democracia representativa.
En este caldo de cultivo surge el “socialismo del siglo XXI”. En la trilogía Estado-mercado-sociedad civil, el socialismo del siglo XXI apuesta nuevamente por el Estado. El mercado expresa el interés privado, y por tanto es repudiable. La sociedad civil, con su diversidad, dificulta el trazado de una ruta unívoca de cambio, por lo tanto debe ser echada a un lado. El Estado en cambio, bajo el mando de la persona correcta, puede revertir las estructuras injustas. La política se reduce de esta manera al activismo aclamatorio, la democracia no va más allá de la adscripción fideísta a la persona excepcional.