Este es el segundo de tres artículos sobre la irracionalidad colectiva que comencé a comentar en mi artículo anterior. En éste, comparto algunas reflexiones sobre cómo podemos tratar de enfrentar este tipo de destructivo fenómeno, no solo en el caso de los Estados Unidos al que me referí en el primer artículo, sino también en nuestras propias sociedades.
Lo primero, creo, es evitar la simple e impulsiva condena, y ser conscientes de que las actitudes y los comportamientos de la mayoría de norteamericanos que siguen apoyando las mentiras y avivando las fantasías de Donald Trunp, al igual que las actitudes y los comportamientos que animan muchas expresiones de resentimiento histórico en nuestras sociedades, que en ambos casos llevan a terrible irracionalidad colectiva, no vienen de la intención consciente de hacer daño. Son más bien reacciones inconscientes, en el primer caso al miedo y al sentido de amenaza, y en el segundo a la frustración y a la desesperanza. Reconocer esto no significa aceptar la validez ni de las pretensiones a superioridad racial que los unos perciben amenazada, ni de las pretensiones a reivindicación y venganza que lleva a los otros a insistir en la lucha de clases. Brindar ese reconocimiento solo significa que los temores de los unos y la rabia de los otros son entendibles, aunque no por entendibles sean aceptables.
Ese reconocimiento de que sus sentimientos son entendibles es a mi juicio la única forma de poder llegar al posterior e imprescindible intento por inducirles a la reflexión racional, analítica y madura necesaria para que puedan salir de la irracionalidad colectiva en la que se encuentran atrapados. Esa reflexión es la única que podrá llevar a millones de norteamericanos y de latinoamericanos a no actuar impulsados por emociones destructivas -temor, sentido de amenaza, resentimiento, odio, ánimo de venganza- y a comenzar a actuar más bien en función de la verdad y la realidad, que solo pueden ser aprehendidas por la razón.
Existen muy buenos argumentos en contra de las dañinas pretensiones de ambos grupos hundidos en irracionalidad colectiva. Doy fe, a base del trabajo que he realizado durante muchas décadas, de cuan efectiva puede ser, en contra de actitudes dañinas y destructivas, la presentación de tales argumentos racionales y la gentil invitación a reflexionar sobre ellos. Pero esa invitación tiene necesariamente que ser gentil, y solo puedo serlo si viene acompañada de un mensaje simple y poderoso: “Comprendo lo que sientes”. Si se intenta razonar con alguien a quien al mismo tiempo se le está transmitiendo condena y rechazo, el fracaso es inevitable. William Ury tiene una excelente metáfora para ello: dice que no tiene sentido seguir y seguir alimentando carne a un tigre con la esperanza de volverlo vegetariano.