Todos los estados vigilan en nombre de la seguridad, la paz pública, la defensa de sus fronteras, o cualquier otra razón. Los ciudadanos estamos monitoreados de forma permanente. En nuestro país se montó un esquema de control amplio y complejo. Muchas son las actividades bajo monitoreo y registro estatal: compras, ingresos, viajes, transacciones bancarias, datos familiares, propiedades, etc.
Gracias a la tecnología, millones de datos que circula en el mundo, pueden seguirse y procesarse. Por cierto, no solo el Estado espía, en las red se acumulan datos personales a los que tienen acceso empresas e individuos. El último escándalo de Facebook y la empresa Cambridge Analytica, puso en evidencia cómo se acumuló y usó información de 50 millones de personas en la campaña electoral de los Estados Unidos, se usó un gancho tan simple, como un test de personalidad, para abrir nuestra vida privada a extraños, sin considerar su uso posterior. Igual acumula información Netflix, Spotify o Amazon, para citar algunos ejemplos, los que parecen saber mejor que nosotros mismo sobre nuestras preferencias. En algún momento ya no sabemos, por las recomendaciones de lecturas, películas o música, si la elección fue libre o condicionada por las sugerencias.
Como aceptamos que las empresas nos vigilen a cambio de productos aparentemente gratuitos, también damos nuestra aprobación tácita a que el Estado lo haga, y así recopile información, en este caso sin mucha opción, pero finalmente sentimos alivio, por ejemplo, al preparar nuestra declaración de impuesto a la renta y encontrar el detalle de la mayoría de nuestros gastos e ingresos en la base de datos del SRI, porque nos facilita la vida. Sin embargo es una realidad que debería preocuparnos, muchos aspectos de nuestra vida privada están expuestos a la revisión de cualquier funcionario público con algo de poder.
La SENAIN es ejemplo perfecto de una entidad usando de manera indebida, ilegal y arbitraria la información de la vida privada de los ciudadanos, una entidad al servicio de la política, del control y seguimiento de quienes no pensaban como quien ejerció el poder, desviando sus fines hacía los críticos, opositores y disidentes. La obsesión por el control hizo que se desmantelen otros servicios de inteligencia y se redujo lo único que justificaría la existencia de “inteligencia” estatal: el monitoreo de la delincuencia organizada y a los grupos armados, amenazas reales a la paz y seguridad de todos.
Otra herencia de un Estado puesto al servicio de la paranoia y caprichos de una persona. No contar con inteligencia verdadera, es lo que llevó en esta década a que cada ciudadano se encuentre en riesgo, por la intromisión indebida en la vida privada, nos ha puesto a todos en peligro por el incumplimiento de las obligaciones mínimas en esta materia. Esperemos que no sea tarde para recomponer la situación y podamos enfrentar las verdaderas amenazas.
@farithsimon