No me cabe duda de que las políticas culturales si bien trazadas desde los escritorios de burócratas, pueden tomar un giro decisivo a cargo de personas que conocen de la materia y defienden con pasión visiones y prácticas. Deben ser miradas y posiciones amplias de realidades que van más allá de las coyunturas políticas. Además, el diálogo con actores y usuarios es fundamental para mantener un ‘feedback’ que retroalimente dichas acciones, ajustando, corrigiendo, enriqueciendo. La política de puertas abiertas es crucial, entonces, en cualquier gestión, sobre todo en la sensible área cultural.
Hablo de los cambios que se están dando en las direcciones culturales del Municipio de Quito. En estos días el ex Fonsal, actual Instituto Metropolitano de Patrimonio (IMP), será encabezado por una gran gestora y administradora cultural, Ana María Armijos, cuya actuación desde la Fundación Museos de la Ciudad ha sido muy alentadora. Toma en sus manos una institución que, extraordinariamente financiada, pudo emprender proyectos de conservación patrimonial de envergadura pero que también necesitaba un enderezamiento de timón. Al cambio de nombre y dirección, en diciembre del 2010, esta perdió ingentes fuentes financieras reducidas a una tercera parte y desafortunadamente con ello tampoco se dio una redefinición y ajustes en su misión.
Como historiadora deseo ser enfática en el hecho de que ningún patrimonio merece ser “salvado”únicamente de su deterioro material, esto es una aberración. La conservación parte de valorar si el patrimonio es significativo y determinante para tales o cuales grupos humanos que lo viven y cuya memoria merece dicho rescate. Entonces este debe ser investigado por historiadores, antropólogos, arqueólogos, quienes ligados a la comunidad usuaria, le dotan de contenidos simbólicos. Esta información merece ser debatida permanentemente y su intervención y formas de difusión consensuada. Es inadmisible aquella realizada en casos como el Convento de San Agustín o la falta de estudios científicos antes y durante la conservación de bienes; existe la necesidad de un consejo editorial actuante que determine las líneas y lectores especializados de sus publicaciones; es fundamental estar claros en el diálogo con la comunidad, el caso del centro arqueológico de Tulipe es decidor. Recibe el premio Reina Sofía y solo entonces se devuelve el manejo a la comunidad. Retomar actividades abandonadas: el Primer Encuentro Patrimonial: la Historia en la conservación del patrimonio edificado (2010) a nivel internacional cuyos resultados no fueron publicados. Y así sucesivamente…
Estos y otros son los retos enormes que debe asumir la nueva dirección. Solo así volverá a tener sentido esta institución municipal de patrimonio.