Llegaron con sus mejores galas. Con el terno recién planchado o el vestido más bonito. Tanto ellos como ellas exhibían con orgullo sus abundantes canas peinadas con esmero para la ocasión. Perfumados y elegantes como antiguamente se iba a misa de domingo caminaban a su cita. Iban alegres, expectantes, latiéndoles el corazón a toda prisa. Asistían a una convocatoria importantísima, la de sus nietos…
Se reunió el Consejo de Niños y Niñas del establecimiento y dentro de su agenda de trabajo anual decidió que en el mes de junio, justo en el que se celebra el día de los niños, debían hacer un homenaje a los abuelos, a esos seres de los cuales casi nadie se acuerda, pero que para muchos de ellos son fundamentales, ya que por las ocupaciones de sus padres y madres, son los que les acompañan, cuidan, alimentan, ayudan en los deberes, miman y transmiten amor y sabiduría. Más que abuelos algunos son casi sus padres.
Y llegó el día. Los niños y niñas, con imaginación y frescura entregaron a sus abuelos canciones, bailes, regalos y les ofrecieron un desayuno preparado con sus manos. Los viejos, con ojos llorosos pero con el corazón desbordante de orgullo y cariño entendieron que su cotidiana inversión de amor retornaba a raudales. Supieron que eran valorados, que eran importantes y que tenía sentido su vida a estas alturas de su edad.
De esta iniciativa del Consejo de Niños y Niñas debería aprender el país, en forma particular sus líderes máximos que en su discurso confrontativo desvalorizan a la niñez y a la vejez.
Cuando el Gobierno califica a sus críticos de manera reiterada y despectiva de “infantilismo” o de “infantiles” o de “viejos decrépitos” no hace sino evidenciar una concepción política y de vida prepotente y atrasada.
Concebir a la infancia como un período vacío y díscolo es despojarle al niño de su condición de persona, concebirle sin inteligencia, sentimientos, valores e ideas, que no merece ni consideración ni respeto. Es un recipiente a llenar por el adulto que lo sabe y lo conoce todo. Es un objeto a ser “moldeado” y manipulado. Es un estorbo y una molestia.
Considerar a la vejez como decrepitud es menospreciar la experiencia acumulada, la paciencia y la madurez.
Un pueblo talentoso valora la niñez y la vejez. La infancia es esperanza, pureza, libertad, imaginación, frescura y verdad. Es ruptura e iniciación de la vida. Es nacimiento y posibilidad real de impulso a un nuevo proyecto. La vejez es manifestación de madurez y serenidad y sobre todo acceso a la historia y a la sabiduría.
En el mes de la niñez los niños valoran a sus abuelos. Niñez y vejez se retroalimentan en el amor y reconocimiento mutuo. ¡Qué lección!
Este hecho se dio en un colegio al que van los hijos de varios altos funcionarios públicos. Quizá el mensaje llegue a las alturas del poder.