Hay mucha gente que dice que sí le gusta comer cuy, pero “en pedacitos para no verle la cara ni las manitos al pobre cuy”. Pero igual se lo comen.
Y así hay muchas cosas que acabamos aceptando porque no vemos su cara incómoda, porque nos los pasan pedaciaditos y discretos.
Algo de eso pasa con la gasolina extra y el diesel, que consumimos con enorme gusto pero que, si raspamos la superficie, veremos que esconden una cara muy fea.
Porque el año pasado, el Ecuador pagó por importaciones de combustibles y lubricantes la impresentable suma de 8.002 millones de dólares, un récord absoluto en importaciones de gasolinas, naftas, diesel, gas y uno que otro aceite. Esa cifra es el resultado de dos cosas: importamos más combustibles y hoy están caros.
Y claro, si consumimos tantos combustibles es porque tienen un precio tan bajo en el mercado local, que no tiene sentido ahorrar en su consumo. Además, una parte se va a usos para los que no están previstos (como calentar piscinas y hornos industriales), otros se van a los países vecinos en forma de contrabando y las malas lenguas dicen que hasta se van a los laboratorios de refinación de coca en el sur de Colombia.
A todo eso hay que sumarle que contaminan el ambiente generando más CO2 de lo que deberíamos.
El subsidio a los combustibles está, aproximadamente, en unos 300 millones de dólares al mes (no es tan fácil de calcular, por eso lo de “aproximadamente”), lo que nos lleva a un número cercano a los $4.000 millones al año, y eso sólo en gasolina y diesel.
Consumir un galón de diesel es, por lo tanto, parecido a comerse un cuy correctamente pedaceado, porque en el transparente y cristalino líquido no se ve todo lo que hay por detrás, el subsidio, el mal uso, el costo real, la contaminación, el contrabando, etc. Y sobre todo, no se ve que un grupo con supuesta conciencia social y amor a la naturaleza es el que presiona por mantener todo eso.