A la luz de las declaraciones de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana, antes y después de las elecciones, alguno podría pensar que la Iglesia actúa como un contrincante político. Nada más lejos de la verdad. Otra cosa es que lo que la Iglesia dice moleste o inquiete. Pero, en democracia, deberíamos de escuchar atentamente lo que los demás dicen.
La Iglesia, con independencia y espíritu de colaboración, siempre contribuirá a la cohesión social, al logro del bien común y a la concordia de los ecuatorianos que, en su mayoría, se sienten creyentes. A ella no le toca orientar el voto en una dirección partidista, sino iluminar la conciencia de sus fieles y de cuantos hombres y mujeres de buena voluntad quieran escucharla.
Sin manipular ni imponer. A lo largo del último proceso electoral ¿qué ha dicho la Iglesia? Ha reafirmado lo que la ética política y su doctrina social proclaman a los cuatro vientos: la necesidad de respetar la institucionalidad de un Estado democrático, libre y respetuoso de los derechos humanos; el valor del pluralismo, de la participación y de la corresponsabilidad; el necesario respeto a la verdad de las cifras y de los resultados; el rechazo radical de la corrupción; el cuidado de los pobres; la integración de todos en un proyecto común…
La Iglesia no sólo ha subrayado valores evidentes; también ha expresado algunos temores y, a la luz de lo protagonizado por algunos socios cercanos, ha llamado la atención sobre los riesgos del pensamiento único, los límites a la libertad de expresión y la división de una sociedad polarizada. En este sentido, las palabras del presidente electo son una bocanada de aire fresco. Ojalá que los hechos no las contradigan. Los clásicos decían: “Contra facta non valent argumenta”.
Poco a poco vamos recuperando una cierta normalidad. El país ha funcionado con el piloto automático, a pesar de los grandes desafíos pendientes. Pero es necesario dar un paso al frente y pasar de este ya largo tiempo de incertidumbre y en ocasiones de posiciones excluyentes, a trabajar con responsabilidad y diálogo por solucionar los problemas reales de los ciudadanos, haciendo posible un verdadero progreso en paz y en libertad.
Esta es la tarea que debe llevar a cabo el Gobierno en un sistema democrático, en el que la Iglesia, de hecho, se siente bastante cómoda al amparo de la Constitución y de la valoración popular. Toca trabajar haciendo de las dificultades oportunidades, buscando más lo que os une que lo que nos separa y ejercitando una auténtica cultura del diálogo en la Asamblea, en lo social, en la educación, etc.
La Iglesia no es un partido ni un contrincante político. Su misión es espiritual, pero tiene que mirar y ayudar a mirar la tierra que los hombres pisan. No aspira a ser privilegiada ni quiere ser preterida. Sólo quiere cumplir su misión con libertad. Libre ella, libres todos.
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